Federico Chopin: Apuntes sobre su vida II


Continuando con este esbozo sobre la vida de Federico Chopin, podrí­amos exponer que al compositor le parecí­a que el territorio extranjero era frí­o e insoportable y se llenaba de nostalgia al recordar los magní­ficos momentos que vivió en su patria natal. Sin embargo, antes de proseguir, es imprescindible rendir tributo a Casiopea, esposa dorada, quien es sonrisa y llama que desnuda mis anhelos y es respingada ternura temblando en mis manos angustiadas.

Celso A. Lara Figueroa
Universidad de San Carlos de Guatemala

El relato del ilustre maestro continúa así­ «Lo que entonces me parecí­a grande, me parece hoy ¡tan corriente…!» Como quiera el concierto tuvo un éxito inaudito, cambió bruscamente su ánimo; embelesado, manifestó a sus padres cuán amablemente le recibió el prí­ncipe Lichnowsky, amigo de Beethoven, y escribió más adelante: «Esto es mi entrada en el gran mundo».

Cuando regresó a Varsovia se enturbió otra vez su alegrí­a, entre otras cosas porque adversarios de Elsner falsearon en los periódicos polacos las magní­ficas crí­ticas de Viena. Querí­a volver a Viena y de allí­ marchar a Italia, pero su padre le mantuvo todaví­a un año en casa. Sufrió más que nunca a causa de Constanza, que jugaba con él, y bajo las intrigas polí­tico-musicales de los adversarios de Elsner. En el año 1830, logró salir de Varsovia.

Su presentimiento serí­a más tarde una realidad: «Me imagino que abandono Varsovia para jamás volver a casa; me figuro que parto para morir? ¡Ah, qué desolador debe ser no morir allí­ donde siempre se ha vivido!» Algunas semanas después de su llegada a Viena le llegó la noticia de la sublevación de Polonia frente a Rusia. Su mejor amigo regresó a su puesto para tomar parte en la lucha sin que él lo supiera.

Chopin intentó alcanzarle con el correo particular, pero en el camino desistió de su propósito y regresó. Como súbdito ruso tení­a que prorrogar su pasaporte, lo cual omitió no bastante, por antipatí­a a los opresores; por eso fue desterrado. En Viena, donde los cí­rculos más importantes se mantení­an reservados frente a los polacos, intentó en balde vender sus composiciones (entre otras, la Op. 22); por lo demás no cambió la situación, cuando contra su voluntad solicitó dinero de su padre. Al declararse el cólera en Viena, estaba colmada la medida; la estancia de Chopin en esta ciudad resultó infructuosa y no precisamente porque tuviera miedo a dicha enfermedad. Pasando por Salzburgo y Mí¼nich llegó a Stuttgart, donde supo la noticia de la toma de Varsovia. De su diario se desprende que temí­a perder la razón: «Â¿Qué le ocurre a Constanza?» ¿Dónde está? ¡Ah, el moscovita la estrangula, la profana, la mata! ¡Oh, mi vida, ven a mí­!; quiero secar tus lágrimas, quiero curar las heridas del presente con los recuerdos del pasado, de aquel tiempo en que aún no existí­a la inhumana horda moscovita, sino tan sólo algunos de esos perros moscovitas, que querí­an agradarte, pero tú en cambio te burlabas de ellos, porque yo estaba allí­?» «Â¿Tú tienes madre? ¡Ah, yo tengo una madre tan buena?! ¿O tal vez no tenga ya madre? ¿La habrá asesinado el moscovita?» En este estado de ánimo escribió su Estudio Revolucionario Op. 10 No. 12, el Scherzo Op. 20 No. 2 y el Preludio Op. 28 No. 2.

Indeciso, marchó a Parí­s, que debí­a ser su segunda patria. «He entrado en los cí­rculos más altos de la sociedad, de muevo entre embajadores, prí­ncipes, ministros, y no sé por qué maravilla ha sucedido esto, puesto que yo mismo no me he preocupado de ello».

Ya en Parí­s, Chopin tuvo grandes amigos. Entre los artistas de aquí­ disfrutó de amistad, se encontraba Franz Liszt. Dice así­ Chopin de sus amigos músicos: «Una muestra de su consideración; incluso, aquellos de gran nombre se adelantan a mí­ con ellas. En pocas palabras: si fuera más tonto de lo que soy, creerí­a que habí­a alcanzado la cima de mi carrera; sin embargo, veo ahora cuánto mantengo un trato í­ntimo con los primeros artistas y sé bien lo que le falta a cada uno de ellos». No se trataba de frases; en aquel tiempo tomó clases con Kalbrenner. A pesar de la carta mencionada, tení­a Chopin pocos amigos entre los músicos.

La relación con Liszt, a la que ya nos referimos, y el cual comprendió en seguida la significación de Chopin e interpretó de forma incomparable sus obras, se enfrió rápidamente, hay que reconocer que Liszt escribió la primera biografí­a de Chopin, llevada a cabo por el sentimiento de una cálida admiración. Con Meyerbeer y Mendelssohn no pudo Chopin tener confianza; Berlioz le atrajo en un principio, pero luego le repugnó. La amistad con Ferdinand Hiller se mantuvo hasta su muerte.

Veneraba tanto a Bellini que quiso que le enterraran junto a él. Gracias a George Sand hizo amistad con el pintor Delacroix. Poco después de la llegada de Chopin a Parí­s, se casó Constanza Gladkowsca. Dejó sitio en el corazón de Chopin a otra peligrosa mujer: a la condesa Delfina Potocka, importante cantante.