Favre, hermoso como el Quijote


Brett Favre, leyenda en vida de la NFL, se duele de un golpe propinado por la defensa de los Saints en la final de conferencia, el domingo antepasado. FOTO LA HORA: ARCHIVO

En el Infierno, Brett Favre está destinado por toda la eternidad a lanzar demasiado corto ese pase.

Redacción Deportes
lahora@lahora.com.gt

Y yo estaré consignado, siglo tras siglo tras siglo, a verlo lanzarlo. Y luego, condenado –para siempre– a leer y escribir al respecto.

Todos recibimos lo que merecemos, aparentemente.

Rolando hacia la derecha, fuera del bolsillo protector, corriendo fuerte, las hombreras golpeteando, lanzando de regreso hacia el lado izquierdo del campo y de la cobertura a lo largo de décadas y eras de lógica y sentido común, a lo largo de cuatro equipos diferentes y miles de compañeros de equipos, y millones de discusiones de bar –¡Ave Marí­a, allí­ va!– todos somos sentenciados a otra intercepción de final de partido, final de temporada, final de la vida del granjero a quien todos aman odiar (amar).

¡Arrogancia! ¡Amargura! ¡Locura! ¡Predeciblemente impredecible! ¡Pero también inevitablemente inevitable! ¿En qué estaba pensando?

¿Quién lo sabe? ¿Qué clase de perspectiva puede ofrecer un simple periodista deportivo respecto de lo que nos depara el Destino, o la Inescapable Historia del Gran Narrador íšnico?

Todas aquellas cosas mí­sticas llegaron y se fueron, volando sobre pequeñas alas moradas en los minutos finales de aquel Juego de Campeonato de la NFC, hasta que esos puntos de la trama que eran necesarios y destinados a suceder, sucedieron. Las esferas cambiaron de curso y la historia fue narrada y New Orleans irá por fin al Super Duper Bowl, y Minnesota volará a casa y de nuevo pasará el invierno preparando «Tater Tot Hotdish» y «Seven Layer Salad» y todos en todas partes culparán a Brett Favre.

Como está escrito, así­ debe suceder.

Ese es su lastre eterno, para cargar como Sí­sifo carga el recurrente peso de sus espectaculares fracasos. Y como Titono del mito, vivirá para siempre en el juego, pero envejecerá y se romperá jugando en él.

(Esto, no obstante el número de balones sueltos que Adrian Peterson haga llover sobre nosotros. Si la maniobra de Heimlich tuviera la misma eficiencia para expulsar objetos, miles de vidas alrededor del planeta se salvarí­an cada año).

Hay suficiente culpa para repartir en el colapso de los Vikings, pero eso no sucederá. Rostro de la franquicia y confiable vendedor de libros, revistas, diarios, memorabilia, asadores, televisores y anuncios de Internet, Brett Favre y su índice Q por siempre cargarán con esta derrota.

Marcado de nuevo por las Tres Letras Escarlatas: I-N-T.

Y como la familiaridad genera descontento, Favre, ahora en el año 900 de su carrera, lo hace sencillo. Rutinariamente es atacado por la vampí­rica prensa deportiva cuando llega el tiempo de los rituales de su indecisión. Pero en el interés de la circulación, ratings, y visitas a las páginas Web, si esa anual y lunática vigilia en la residencia de Hattiesburg no existiera, ellos la inventarí­an.

¿Lo hará? ¿O no lo hará?

Hagamos la pregunta –de manera sin fin y rentable– en una Cinta de Moebius a través de un número incalculable de columnas y entradas de blog alrededor del globo.

Me parece que pasando un cierto punto en la edad de un hombre, un análisis anual de los vitales de una persona, de huesos nervios y músculos, serí­a buena idea. Especialmente para el atleta profesional. Todos esos sistemas son proclives a la averí­a, después de todo. Sólo pregunten al departamento de mercadeo en Cialis.

Eso no significa que Favre no es un divo. Ciertamente lo es. Es egoí­sta, descuidado, desconsiderado. Bendecido. Lo que lo hace igual a otras 1,000 celebridades norteamericanas que habitan una burbuja idéntica de auto-referencia.

Como el entrenador en jefe de la Universidad de Florida, Urban Meyer, quien –en un episodio repentino de temor por su corazón sobretrabajado e inminente mortalidad– proclamó al mundo un sábado que se retiraba.

Estaba renunciando a todo (sniff), porque su salud (sniff) y su familia (sniff, snuff) simplemente eran demasiado importantes (sniff, snort).

A lo que su hijo respondió (según él), «tendré a mi papi de regreso».

¡Ahhhhhhhhhhhhh!

(Sniff).

Salió del retiro al dí­a siguiente.

¿Eh?

Y el sábado de la semana pasada, anunciando que dirigirí­a las prácticas de primavera de Florida, llegó a decir, «Lo intenté por dí­a y medio, y no funcionó».

Para mejor imaginarnos el discurso de Padre del Año que viene, sólo junten estas dos ideas, expresadas con menos de un mes de separación.

12/27/09: «Tendré a mi papi de regreso».

1/23/10: «Lo intenté por dí­a y medio y no funcionó».

¡Ouch!

Si Meyer fuere mujer, algún columnista en alguna parte ya habrí­a empleado la palabra «histérica».

Se puede perdonar a los aficionados de Florida por no prever esto. Hasta en una corte legal, la locura constituye un medio de defensa.

De cualquier modo, en comparación, Brett Favre es tan confiable como una bicicleta alemana, su cegada devoción a su propia ambición repugnante pero honesta.

Así­, gracias a nuestro complejo industrialista de NFL, tenemos preparadas nuestras historias para la quincena del Super Bowl. Los Saints jugarán por el 9th Ward y Bourbon Street y la redención, mientras que los Colts y Peyton Manning jugarán por la vindicación o validación, o al servicio espiritual de la recesión del medio oeste, o la rectitud, o algo.

Lo que sea. No importa.

El cliché pudo fácilmente haber sido la resurrección de cuatro décadas de los Jets, o la gracia eterna de Favre. Las historias ni siquiera registran en medio de todo el espectáculo.

Llegado el gran momento en un par de semanas, algunos de ustedes estarán contentos, y otros estarán tristes.

Esto, gracias en alguna medida desconocida a Brett Favre, y su miope egoí­smo y sus horrendas ambiciones, y su necia arrogancia, su pasión y fortaleza. Piensen en él entonces, le debemos eso, en el momento de su felicidad o pena, su armadura golpeando mientras corre, tan viejo y desatinado y hermoso como el Quijote.