Las favelas de Río tomadas por la fuerza pública regresan a la actividad hoy con la Policía metida de lleno en la rutina de sus pobladores, que aún transpiran temor y desconfianza tras el desalojo de los traficantes de droga cuyo paradero alimenta toda suerte de versiones.
Los habitantes de la Vila Cruzeiro (norte de Río de Janeiro), una de las favelas arrebatadas a los traficantes tras los enfrentamientos de la semana pasada, reabrieron sus comercios bajo la vigilancia de la temida Policía Militarizada, constató un periodista.
«Los criminales no se metían con nosotros pero el clima era tenso, y con la Policía las cosas han cambiado. Su actitud es de más respeto en comparación a antes. La comunidad los está recibiendo bien», dijo Alex Santos de 22 años.
Santos, que días atrás bien podía aparecer como potencial sospechoso dado que la criminalidad en Río es asociada a jóvenes que viven en la favela como él, limpia patatas y bananas para la venta en las afueras de su casa.
Cerca de allí los efectivos de negro con armas largas permanecen vigilantes en las esquinas. La Policía militarizada es vista como la más violenta y temida fuerza en Río, y justamente las autoridades tratan de mitigar esa imagen, convencidas de que el éxito de la operación reside en ganar la confianza de la población.
Alex muestra su indiferencia ante la posibilidad de que la Policía permanezca indefinidamente como prometen las autoridades: «No es importante si la Policía se queda o no. Lo único que quiero es paz para trabajar», dijo.
Según la secretaría de Educación, este martes también se reanudaron las clases en unas 31 escuelas primarias del Complexo do Alemao (norte de Río de Janeiro), recuperado a la fuerza por los cuerpos de seguridad brasileños en una operación sin precedentes el domingo.
Allí la presencia policial es casi asfixiante. Los pobladores son requisados, interrogados y bajados de sus vehículos, e incluso sus casas pueden ser registradas en cualquier momento, bajo la sospecha de que pueden ocultar armas o drogas.
«La vigilancia es permanente. La población colabora con nosotros porque están cansados de la violencia de los criminales», afirmó Fernando Veloso, delegado de la Policía Civil, a la AFP.
A la entrada del Complexo do Alemao, fueron colgados en una cuerda con ganchos de ropa los mensajes de aliento a la Policía por iniciativa del periódico Extra.
Sin embargo, conforme se avanza por las estrechas calles de la zona surgen voces dispares. «Hace 10 días desapareció mi sobrino, no llevaba documentos y los policías se lo llevaron. Fuimos al batallón y no saben nada», señala una mujer que evita identificarse por seguridad.
Una familia denunció que un helicóptero policial destruyó su casa el domingo al posarse en el techo de la precaria vivienda.
«Yo estaba sentada viendo televisión, sentí el ruido encima del tejado y comenzó un viento impresionante. Enseguida todo se cayó», relató Benedita Souza, para acotar que «por suerte los cinco niños que viven en la casa estaban jugando afuera en ese momento».
Las fuerzas policiales, apoyadas por militares y helicópteros artillados, tomaron el control de Vila Cruzeiro el jueves y del Alemao el domingo, un área poblada por entre 150 mil y 400 mil personas, según diversos estudios oficiales.
La operación estuvo precedida por intensos enfrentamientos entre fuerzas del orden y delincuentes, que dejaron unos 37 muertos.
Más de una decena de blindados militares con los que las autoridades lograron intimidar a los narcotraficantes que se atrincheraron en las favelas, permanecen estacionados al frente del batallón de la Policía Militarizada, en un símbolo de las acciones combinadas.
Los habitantes saludan la presencia de tropas fotografiándose a su lado, y compartiendo con ellos sus experiencias antes del espectacular asalto del domingo que puso en desbandada a los traficantes, que según algunos huyeron por cloacas o en vehículos por vías descarpadas hacia otras favelas.
Entre la población persiste el temor ante la eventual salida de las fuerzas policiales, lo que según ellos traería de vuelta a los traficantes, una sospecha que apoyan en la evidencia de que hasta el momento nadie sabe donde están.
«Tememos las represalias», dicen los comerciantes sin identificarse.