En su barbería de un barrio de emergencia de Río de Janeiro, José do Carmo dos Santos le cortaba el cabello tanto a los traficantes de drogas de la zona como a los adictos que se internaban en sus callejuelas en busca de mercadería y aprovechaban para hacerse un corte barato.
Lo único que le pedía a los pandilleros era que no exhibiesen sus rifles de asalto en el local, lo que espantaba a los clientes. Por sobre todas las cosas, Ze do Carmo, como se lo conoce en la favela de Santa Marta, es un comerciante.
Pero en el 2008 la policía irrumpió en Santa Marta para expulsar a los traficantes como parte de un programa piloto que tenía como objetivo restablecer la presencia del estado en barrios que habían quedado librados a su suerte. El programa está siendo imitado en decenas de barrios, en un esfuerzo por mejorar la seguridad de Río con miras a la Copa Mundial del 2014 y a los Juegos Olímpicos del 2016.
El programa transformó las favelas, mejorando la seguridad, la recolección de basura, los servicios públicos y atrayendo inversiones, al tiempo que incorporó a los comerciantes a la economía formal. Pero también generó un aumento en los alquileres y una mayor burocracia, que marginaron a algunos de los residentes más pobres.
Para Ze do Carmo, la nueva clientela, más adinerada, que llega a Santa Marta le permite vender cervezas a precios más altos por la noche, y cobrar más por el alquiler de seis propiedades que tiene en el barrio, 300 dólares, comparado con los 180 de antes.
«Las cosas han mejorado, y siguen mejorando», declaró Ze do Carmo. «Estamos integrándonos con la ciudad de una forma en que nunca lo habíamos hecho. Mi clientela incluía muchos adictos. Ahora recibo hasta turistas que vienen a ver la comunidad y aprovechan para hacerse un corte de pelo barato».
Los recolectores de basura vienen con mayor frecuencia, aunque todavía no llegan a los terrenos más altos, donde hay viviendas precarias a las que se llega con una dura caminata en subida.
La compañía de suministro de electricidad comenzó a instalar nuevos tendidos para reemplazar la maraña de cables con que se pirateaba la electricidad. Empresas de cable y de internet ofrecen planes a la medida de los residentes de las favelas.
Se han prohibido los «bailes funk» en los que abundaba la droga distribuida por los traficantes.
En su lugar, la plaza principal de Santa Marta ofrece espectáculos de samba en los que, por seis dólares, los lugareños se mezclan con jóvenes de clase media que pagan 18 dólares por escuchar música y visitar una zona a la que hace poco no se hubieran animado a arrimar.
Antonia Carlos Gomes, madre soltera de dos mellizas de cuatro años que trabaja en la limpieza de un hospital, está considerando la posibilidad de mudarse a Santa Marta, desde donde se puede ir caminando a una playa y por donde pasa transporte público.
Podría mudarse del pequeño departamento donde vive a una vivienda en la colina, que costaría unos 240 dólares al mes, la mitad de lo que paga ahora.
«Ahora es más limpio y más seguro», comentó, mientras toma una cerveza tras hablar con el dueño de un departamento.
Hay quienes no están tan entusiasmados con los cambios.
Muchos residentes se quejan de que las mejoras no han hecho sino marginarlos más todavía.
Un estudio realizado por el gobierno indicó que los precios de las propiedades subieron un 400% cuando la policía tomó el control de las favelas y que esos barrios comenzaron a resultar atractivos para gente de afuera.
Leidemar Barreto, residente de una favela que vende ropa usada en su casa, donde cría seis hijos, dice que la presencia del estado hizo que el alquiler suba a niveles que no puede pagar.
La mujer vive en una colina muy húmeda, en una habitación caliente, sin ventanas, con paredes de madera medio podridas e inestables. Por esto paga 180 dólares, la mitad de sus ingresos mensuales y el doble de lo que pagaba antes.
«Todos estos cambios, como el teleférico que llega a la cima y la mayor seguridad, son buenos, pero a mí me complican la vida», expresó. «Quisiera irme, pero ¿adonde?».
Integrar la nueva economía de la favela y el mercado laboral formal no resulta fácil para jóvenes sin una educación formal. Algunos chicos ganaban bastante dinero vendiendo drogas. Otros no tuvieron la oportunidad de ir a la escuela en un barrio abandonado por el estado y ahora están en desventaja al incorporarse al mercado laboral.
Para mantener la paz, es imperioso que estos jóvenes tengan acceso a capacitación y trabajos, según Wilson Risolia, director del departamento educativo del estado.
«El estado está en deuda con estos jóvenes», declaró Risolia.
Los cambios que se suceden son visibles.
Antes, los cerdos escarbaban en montañas de basura y los jóvenes tomaban cerveza y observaban el ingreso a las favelas, generando un temor que hacía que la gente de la zona no se animase a hablar con los visitantes.
Ahora residentes y visitantes se mezclan sin problemas en los bares.
Los residentes le muestran el barrio a los visitantes, haciendo de guías turísticos como parte de un programa del estado. Desde que se lanzó el programa en agosto, unas 200 personas visitan Santa Marta diariamente.
Y en los dos últimos años se registraron más de 1.000 comerciantes en cuatro favelas.
El reconocimiento formal del gobierno tiene sus ventajas para los comerciantes, de acuerdo con Andreia Roberto, directora de la asociación de comerciantes de Santa Marta.
Los comerciantes tienen así acceso a créditos bancarios, a abastecedores que les cobran menos y pueden radicar quejas si, por ejemplo, una firma de cerveza no hace una entrega.
«Cuando estás en la economía informal, no tienes derechos. En la economía formal sí, puedes quejarte», señaló Roberto.
Su esposo Paulo, no obstante, no está muy convencido.
Dice que ahora tienen que lidiar con mucha burocracia y tiene más gastos, sin haber generado una mayor clientela. Ahora que tienen que pagar por la electricidad dejó de usar una de las dos neveras de su bar informal y lamenta que no haya más bailes funk, que llenaban su local de clientes.
«Sí, algunas cosas mejoraron y te puedes quejar cuando no hay luz y se te pudre la comida. Pero por todo eso debes pagar, y no siempre ves resultados», afirmó.
La Policía ocupó tres favelas adyacentes en Río de Janeiro como parte de una operación en curso para incrementar la seguridad y reprimir el narcotráfico, se informó hoy.
Los barrios miserables están situados a dos kilómetros del estadio Maracaná, donde se efectuará la final de la Copa del Mundo de 2014 y se inaugurarán y clausurarán los Juegos Olímpicos de 2016.
La seguridad ha sido una preocupación desde que la ciudad fue seleccionada para ser sede de los juegos.
El capitán de policía Ivan Blaz dijo que la ocupación por 200 efectivos policiales de elite no encontró oposición. Se había advertido a los tres barrios sobre la acción.
Las favelas están al lado de un barrio marginal desde el cual pandillas de narcotraficantes derribaron un helicóptero policial el año pasado, matando a tres agentes. Esa favela ya está bajo control policial también.
Las pesquisas policiales habían hallado a escasos criminales todavía residiendo en las favelas. Las escasas barreras metálicas fueron derribadas por carros blindados.
En los próximos 40 días se instalará una unidad policial permanente, la 14 en esta operación de pacificación.