Fariseos y oportunistas


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El fallecimiento del estadista sudafricano Nelson Mándela ha provocado una catarata de artículos de opinión y documentados reportajes en los que abundan los elogios para ese símbolo de la perseverancia en la búsqueda de la libertad e igualdad racial, en casi todos los países del mundo, y ha desatado un caudal de enunciados laudatorios hacia el emblemático y anciano líder que fue prisionero del régimen hegemónico blanco, pronunciadas por dirigentes políticos de pluralidad de tendencias ideológicas, así como de jefes de Estado de indiscriminada propensión.

Eduardo Villatoro


Generalmente no coincido con las apreciaciones del periodista sudamericano Raúl Benoit, por su evidente narcisismo y rotunda animadversión hacia movimientos y gobiernos progresistas, pero leo sus comentarios las veces que puedo, al igual que a otros analistas extranjeros de variada inclinación aunque no concuerde con sus perspectivas, porque son claros, coherentes e inteligentes al plantear sus argumentos, en contraposición con ciertos bichos guatemaltecos que ocupan espacios en páginas de opinión y que se caracterizan por su disfrazado pensamiento neofascista al atacar cualquier expresión o manifestación de masas que legítimamente reivindica sus conculcados derechos, especialmente cuando los que se atreven a desafiar al sistema son grupos de indígenas y campesinos, y los sirvientes de la plutocracia salen en defensa de sus amos en forma burda y rudimentaria que sus textos causan súbitos ataques de nausea.

Pues bien, el periodista Benoit señala en La Opinión digital, de California, que »Es fastidioso leer las reflexiones por la muerte de Nelson Mandela, y no por el hecho en sí, porque se merece muchos homenajes y más, sino por los comentarios hipócritas de cierta gente».

Plenamente de acuerdo, porque son desagradables las declaraciones sobre Mandela, de parte de líderes políticos latinoamericanos, tanto de extrema derecha como de la intolerante izquierda radical, que casi al borde del llanto y del histerismo, se aprovechan de los reales y valederos sentimientos de pesar de los admiradores del fallecido abanderado de la lucha contra el Apartheid, al enaltecerlo fingidamente y afirmar que Mandela era un ejemplo a seguir, pero no lo han imitado, ni los insensibles ultraderechistas que persisten en discriminar y excluir a indígenas y proletarios, como los que usurpando la representación de las clases reprimidas durante siglos y que se han aferrado al poder, impidiendo, mediante maniobras ilícitas, que se ejercite la alternancia en el gobierno, aferrándose obstinadamente a posiciones absolutistas.

Los primeros privilegian las características humanitarias de Mandela, en lo que atañe a su carácter conciliador y su naturaleza por perdonar a quienes lo persiguieron, torturaron y encarcelaron, olvidándose deliberadamente de que el estadista sudafricano también fue un hombre que se alzó en armas y luchó en la clandestinidad.

Los otros marginan o intentan ocultar que el líder humanista, en vez de vengarse de sus verdugos les tendió la mano y los llamó a la reconciliación sin mayores condiciones, para forjar una nueva patria sudafricana ajena al resentimiento y el rencor entre hermanos, aunque no sean de la misma raza.

Hasta militares que ostentan el poder, y cuyos nombres no es preciso identificar, se llenan la boca de alabanzas a un verdadero hombre luchador y defensor de la libertad, siendo la antítesis de los que han devenido en presidentes financiados por las oligarquías explotadoras, y persisten en seguir humillando a los desheredados y cediendo la soberanía de sus países a deshumanizadas trasnacionales.

(Romualdo Tishudo sentencia: -¡Fariseos oportunistas, unos como los otros).