Falta de seriedad



Es comprensible que cualquier polí­tico pregone por todos los medios que goza del apoyo y respaldo de la casi totalidad de los eventuales electores. De hecho prácticamente todos lo hacen y dicen, por lo que no debiera ser motivo de análisis siquiera la declaración de doña Rigoberta Menchú, expresada en España, en el sentido de que tiene el respaldo del 75 por ciento de los guatemaltecos porque, al fin y al cabo, se trata de otra exageración propia de un polí­tico tradicional en campaña.

Pero cuando vemos que esas declaraciones son corolario de otras en las que ella se queja porque en Guatemala es discriminada por ser mujer, indí­gena y fea, como mentirosamente dijo que la trataba la prensa ?así­, en general? de nuestro paí­s, es sumamente peligroso que ella mienta en el extranjero con tal desfachatez porque cuando se conozca su real posición entre el electorado, tan pobre que hasta su candidato a vicepresidente zafó ya bulto, la opinión pública internacional podrí­a pensar que ha sido ví­ctima de una manipulación de la «minorí­a blanca» en contra de la mujer indí­gena que goza del pleno respaldo de la población.

Creemos que cada polí­tico puede hacer lo que le venga en gana para posicionarse, pero cuando compromete al paí­s es preciso señalarles las mentiras. Doña Rigoberta Menchú tuvo especial cuidado de no decir, siquiera, que hasta los indí­genas del continente rechazaron la solicitud que hizo para ser apoyada en la declaración final de la Cumbre realizada en Guatemala. Mientras el comunicado final de ese encuentro expresó apoyo a Evo Morales como lí­der indí­gena, hay un absoluto silencio en cuanto a la Premio Nobel, extremo que no es casual.

Nos tendremos que ir acostumbrando a los resbalones polí­ticos de la candidata presidencial porque todos deberemos recordar también que ella no es polí­tica ni tiene la menor experiencia o conocimiento en esa materia. Y sus armas para crecer serán siempre las de presentarse como la mujer más popular del paí­s, a quien las estructuras de dominación de una sociedad racista le impide llegar al poder. Esa imagen le ha rendido abundantes frutos en el pasado y no hay razón para que no haga la misma apuesta ahora.

La Hora ha sostenido siempre que vivimos, en efecto, en una sociedad racista que discrimina al indí­gena, pero si bien creemos que es necesaria la participación polí­tica de los miembros de cualquiera de las etnias que conforman nuestra diversidad racial, también creemos que debe haber seriedad para que no se haga daño con el tema. Combatir el racismo demanda compromiso serio y no histriónico y lamentablemente la señora Menchú evidencia una total falta de seriedad, no digamos madurez, para hablar en función polí­tica.