Facundo Cabral


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Con franca y dolida consternación escribo esta nota el mismo sábado anterior, luego de conocer el alevoso crimen de Facundo Cabral en este paí­s, en donde la violencia no cesa y no termina su sed insaciable de sangre y muerte, hoy ensañándose contra un hombre de altura continental por no decir universal.

Juan José Narciso Chúa

 


A la consternación y el dolor se une la vergí¼enza que causa el hecho que acá en nuestro paí­s se asesina hasta los juglares que cantan a la vida, al amor, a un cantante que no sólo nos invitaba a reflexionar sobre diferentes momentos de nuestra existencia, aquél que nos solazaba con sus anécdotas, sus charadas y sus chistes, que en mi caso personal, todaví­a cuento en diferentes ambientes sociales y familiares.

Sin duda que Facundo Cabral no merecí­a morir así­, asesinado alevosamente, no, pero esta paradoja para su trayectoria, su pensamiento, su música y sus inolvidables letras, lo hace mayormente insustituible, incomparable e inmortal.  Seguramente, aquellos que nos deleitamos con varios de sus conciertos, a los cuales asistí­ todo el tiempo, pero me arrepiento de no haber podido ir al último, este martes 5 de julio, no podremos olvidar sus posturas cuestionadoras, sus chistes sarcásticos y no por ello llenos de humor y mucho menos podremos olvidar y cantar tonadas como: “No soy de aquí­, ni soy de allá, no tengo edad, ni porvenir, ni ser feliz es mi color de identidad”, seguramente cuando la cantemos, no podremos dejar de expresar nuestra tristeza por su partida, ni podremos mostrar nuestro coraje, por la forma en que lo mataron; ni dejar de manifestar nuestra vergí¼enza porque haya sido en este doloroso paí­s.

Facundo Cabral, este argentino especial, que siempre aparecí­a en sus conciertos con sus jeans desteñidos, su chumpa de lona y su guitarra al hombro, nos envolvió durante décadas en los pensamientos más profundos que se incluí­an en las letras de sus canciones, las cuales cantaba con ese vozarrón grave que le caracterizaba, las cuales mezclaba con sus fabulosos chistes y anécdotas.  No olvido una vez, en el Teatro Nacional, empezó a cantar “Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo”, se detuvo de pronto y dijo, “yo estoy seguro que dentro del público hay muchos hombres empresarios, por favor canten conmigo esta canción…” y de nuevo continuó con la canción, a la cual efectivamente se sumaron más voces y dice en el discurrir de la pieza: “…se siente la fuerza del empresariado”, que produjo una enorme carcajada de la concurrencia.

No olvido a Facundo cuando en “Cortesí­as y Cabralidades”, junto con Alberto Cortés, otro señorón de la música reflexiva y de la vida, empezó Facundo a cantar la inolvidable y de mis favoritas de él Distancia: “Tiempo, campos y caminos distancia, qué cantidad de recuerdos”, se detuvo y dijo; “esta canción me encanta, yo la deberí­a haber hecho, pero me la plagiaron”, a lo cual Alberto Cortés contestó: “seguramente te la plagié cuando la tení­as en la mente” y nuevas carcajadas del público.

Cómo decirle adiós a un grande como Facundo, cómo despedirse de una persona que invocaba a la vida, al amor, a la lucha diaria, al buen humor y que hoy nos deja de esa manera tan cruel y condenable,  talvez solo tararear “cuando un amigo se va, deja un espacio vací­o, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”, o bien para ser consistente con sus propias letras volver a repetir con él y cantar a todo pulmón : “este es un nuevo dí­a, para empezar de nuevo… para reí­r, para cantar, para volver a ser feliz”, no cabe duda que Facundo Cabral tení­a razón cuando decí­a “No soy de aquí­, ni soy de allá”, porque tení­a el don de la ubicuidad, la inmortalidad y hoy se ganó la eternidad.