Fábulas contra el odio



Un grupo de voluntarias iraquí­es decidió inculcar a los niños las moralejas ingenuas de las fábulas universales para evitar que caigan en la trampa del odio en un paí­s carcomido por la violencia.

En una pequeña casa del barrio de Karrada, una zona bagdadí­ relativamente a salvo de los episodios violentos, unos muchachos de ambos sexos repiten con diligencia un sainete que tiene como héroes a una liebre y una tortuga.

«Queremos ayudarles a aprender cómo conseguir amigos aceptando las diferencias de los demás», explica Oum Doreid, directora de la Biblioteca Pública del Niño iraquí­.

Esta mujer enérgica, de cabello gris, se transforma en directora de teatro para que los niños comprendan que pueden vivir juntos en una sociedad desmembrada por tensiones confesionales.

«Queremos enseñar a los niños cómo amar la paz y alejarse de los conflictos de los grandes», agrega Oum Doreid.

Con este propósito se ha empecinado en montar una obra teatral con dos protagonistas: una liebre veloz y astuta y una tortuga lenta y torpe.

«Nuestros pequeños la están preparando para el cuarto festival del niño iraquí­, organizado por el ministerio de Cultura», antes de finales de año, añade Doreid en su oficina.

La Biblioteca, financiada por una asociación sueca, se encuentra en una casa muy sencilla, adornada por poco más que un canapé, dos sofás y estantes con libros.

Tres mujeres dirigen este centro de acogida donde trabajan cinco dí­as por semana. Unos cincuenta niños de entre 6 y 12 años se dan cita en el local para hacer los deberes, leer cuentos, familiarizarse con un ordenador, tocar instrumentos musicales y pintar.

Los muros están empapelados con dibujos de los niños. Algunos de ellos representan árboles y pájaros. Otros, en cambio, reflejan la cruda realidad de un paí­s en guerra, con combatientes armados, escenas de lucha o familias en busca de la protección de la policí­a.

Jwan Ibrahim, una niña risueña de nueve años de cabello largo y oscuro, encarna la tortuga. Es kurda y su nombre significa «Rosa», explica.

«Quiero tener como amiga a la liebre», cuenta. «Es orgullosa porque es rápida, y me trata de palurda. Pero no se lo reprocho, soy tolerante, como lo soy con todos mis amigos», añade.

Aba Ther, un niño delgado y de tez pálida que representa a la liebre, escucha un poco molesto. Es chiita y tiene 12 años. «Tengo que hacer amigos porque un dí­a u otro, los necesitaré, aunque sean diferentes a mí­», afirma, no obstante.

«Yo soy ágil y, ella, es lenta y torpe. Pero nos tenemos que aceptar los unos a los otros, aunque no seamos iguales», dice.

Para rematar la alegorí­a, Oum Doreid confió el papel del padre de la liebre a un niño cristiano, Imad.

«Es un lugar de aprendizaje de la vida», explica la responsable de la Biblioteca, quien admite estar preocupada por las repercusiones de la violencia para la infancia.