Extraviada la inteligencia gubernamental


 Hace unos doce dí­as llamé telefónicamente a un amigo con quien nos reunimos frecuentemente, junto con otros camaradas, simplemente para saludarlo; pero tan pronto escuché el timbre de su voz me percaté que algo irregular estaba afrontando. Le pregunté qué le estaba ocurriendo y con palabras entrecortadas me dijo textualmente: «Calláte, Guayito, secuestraron a una de mis hijas».

Eduardo Villatoro
eduardo@villatoro.com

 Mi corazón palpitó aceleradamente conforme me relataba a grandes rasgos la forma como habí­an plagiado a la chica, y desde ese momento estuve pendiente del desarrollo de los acontecimientos, a la vez que pensaba constantemente acerca de la aflicción de mi amigo, su esposa y los otros hijos del matrimonio.

Le sugerí­ que denunciara el caso a la Policí­a Nacional Civil, pero se abstuvo porque los secuestradores lo habí­an amenazado con asesinar a la hija si la familia acudí­a a la PNC. «Nosotros tenemos gente allí­, que lueguito nos contarí­an si te ponés en contacto con la Policí­a», le advirtieron.

Muy poco por hacer para rescatar con vida a la señorita secuestrada. Yo le pedí­ al pastor de mi pequeña congregación que les recomendara a todos los miembros del grupo religioso que pusieran en oración la vida y la seguridad fí­sica de la chica plagiada, lo que también hicimos con mi familia. Rogar y confiar en Dios.

 No voy a entrar en detalles, pero la madrugada de un dí­a de esta semana recibí­ la llamada telefónica de mi amigo. Su hija estaba a salvo. Habí­a negociado con los delincuentes y éstos liberaron a la chica. Previamente, otro amigo muy apreciado me ofreció sus buenos oficios para que el padre de la secuestrada se pusiera en comunicación con la CICIG, a fin de que lo ayudaran en rescatar a su hija, en vista de su desconfianza hacia la PNC, aunque finalmente expertos de la Policí­a lo asesoraron en las negociaciones.

Este sólo es un caso de las decenas de secuestros que han ocurrido durante los meses recientes y de los que no se tiene conocimiento, en medio de la ola de violencia criminal que nos tiene a la mayorí­a de los guatemaltecos en constante zozobra, como lo sucedido a la esposa del Procurador de los Derechos Humanos, que afortunadamente pudo salvar la vida, aunque sufrió vejámenes de sus secuestradores.

Desde este espacio enví­o mi solidaridad a Sergio y a su esposa, a sabiendas de que poco le servirá, como son inútiles las reiteradas declaraciones del presidente ílvaro Colom ante la arremetida criminal que sufre nuestro pueblo.

Qué se le puede reclamar al mandatario después de los numerosos editoriales y artí­culos de opinión que se han publicado en demanda de la aplicación de planes de seguridad pública, o de la silenciosa protesta de todas aquellas ignoradas personas que han perdido a un padre, una madre, un hijo u otro pariente en esta vorágine de sangre, y  cuyos labios no  pronunciarán, precisamente, palabras de bendición a las autoridades.

 Aunque resulte reiterativo, es necesario enfatizar que ya han transcurrido más de 14 meses desde que asumió el poder el presidente Colom, y los guatemaltecos seguimos esperando que aflore la inteligencia para combatir la violencia, posiblemente extraviada en el cerebro del propio gobernante o en el pensamiento de alguno de sus colaboradores.

 Lo cierto es que en el fondo de su temor y su angustia, la población está hastiada y enfurecida ante la falta de evidente voluntad gubernamental para enfrentar a los criminales.

 (Romualdo Tishudo cita a Menandro: «Quien tiene la voluntad, tiene la fuerza»).