Hace unos doce días llamé telefónicamente a un amigo con quien nos reunimos frecuentemente, junto con otros camaradas, simplemente para saludarlo; pero tan pronto escuché el timbre de su voz me percaté que algo irregular estaba afrontando. Le pregunté qué le estaba ocurriendo y con palabras entrecortadas me dijo textualmente: «Calláte, Guayito, secuestraron a una de mis hijas».
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 Mi corazón palpitó aceleradamente conforme me relataba a grandes rasgos la forma como habían plagiado a la chica, y desde ese momento estuve pendiente del desarrollo de los acontecimientos, a la vez que pensaba constantemente acerca de la aflicción de mi amigo, su esposa y los otros hijos del matrimonio.
Le sugerí que denunciara el caso a la Policía Nacional Civil, pero se abstuvo porque los secuestradores lo habían amenazado con asesinar a la hija si la familia acudía a la PNC. «Nosotros tenemos gente allí, que lueguito nos contarían si te ponés en contacto con la Policía», le advirtieron.
Muy poco por hacer para rescatar con vida a la señorita secuestrada. Yo le pedí al pastor de mi pequeña congregación que les recomendara a todos los miembros del grupo religioso que pusieran en oración la vida y la seguridad física de la chica plagiada, lo que también hicimos con mi familia. Rogar y confiar en Dios.
 No voy a entrar en detalles, pero la madrugada de un día de esta semana recibí la llamada telefónica de mi amigo. Su hija estaba a salvo. Había negociado con los delincuentes y éstos liberaron a la chica. Previamente, otro amigo muy apreciado me ofreció sus buenos oficios para que el padre de la secuestrada se pusiera en comunicación con la CICIG, a fin de que lo ayudaran en rescatar a su hija, en vista de su desconfianza hacia la PNC, aunque finalmente expertos de la Policía lo asesoraron en las negociaciones.
Este sólo es un caso de las decenas de secuestros que han ocurrido durante los meses recientes y de los que no se tiene conocimiento, en medio de la ola de violencia criminal que nos tiene a la mayoría de los guatemaltecos en constante zozobra, como lo sucedido a la esposa del Procurador de los Derechos Humanos, que afortunadamente pudo salvar la vida, aunque sufrió vejámenes de sus secuestradores.
Desde este espacio envío mi solidaridad a Sergio y a su esposa, a sabiendas de que poco le servirá, como son inútiles las reiteradas declaraciones del presidente ílvaro Colom ante la arremetida criminal que sufre nuestro pueblo.
Qué se le puede reclamar al mandatario después de los numerosos editoriales y artículos de opinión que se han publicado en demanda de la aplicación de planes de seguridad pública, o de la silenciosa protesta de todas aquellas ignoradas personas que han perdido a un padre, una madre, un hijo u otro pariente en esta vorágine de sangre, y  cuyos labios no  pronunciarán, precisamente, palabras de bendición a las autoridades.
 Aunque resulte reiterativo, es necesario enfatizar que ya han transcurrido más de 14 meses desde que asumió el poder el presidente Colom, y los guatemaltecos seguimos esperando que aflore la inteligencia para combatir la violencia, posiblemente extraviada en el cerebro del propio gobernante o en el pensamiento de alguno de sus colaboradores.
 Lo cierto es que en el fondo de su temor y su angustia, la población está hastiada y enfurecida ante la falta de evidente voluntad gubernamental para enfrentar a los criminales.
 (Romualdo Tishudo cita a Menandro: «Quien tiene la voluntad, tiene la fuerza»).