Extracción a -60º


Camino. Dos siberianos que se encaminan a los campos petrolí­feros de esa helada región.

Durante una hora, el helicóptero sobrevuela una tierra helada, donde sólo los hachones de yacimientos gasí­feros y petrolí­feros denotan una presencia humana, antes de posarse en una pista desierta en medio de un remolino de nieve.


A unos centenares de metros, el grupo ruso Gazprom explota el yacimiento de Vyngaiajinsk en plena Siberia occidental, convertido en una reserva gigante de gas, con temperaturas que pueden caer a 60 grados bajo cero en invierno.

A inicios de noviembre, las condiciones son mucho más clementes. «Presión (atmosférica) 773 mm, humedad 82%, temperatura -24°C», anuncia un panel electrónico a la entrada de un edificio nuevecito.

Para las 350 personas que trabajan en el lugar, las condiciones son bastante mejores que las observadas en el momento más frí­o del invierno, cuando un viento glacial barre la llanura, y la situación es peor aún en los yacimientos situados cerca del cí­rculo polar.

«En invierno, el personal lleva ropa especial con una capucha y una máscara que cubre todo el rostro menos los ojos», explica el director del emplazamiento, Alexandre Sorokin, que tampoco parece muy impresionado por estos grandes frí­os siberianos.

Se siente orgulloso de las instalaciones ultramodernas para «secar» el gas o aumentar su presión a la entrada del «magistral» gasoducto con las que Gazprom quiere mostrar que ya no tiene nada que envidiar a los occidentales y se dota de medios para garantizar sus aprovisionamientos.

Estrictamente rodeado por agentes de seguridad, como en los «viejos tiempos» de la KGB, el grupo de periodistas invitados a Vyngaiajinsk no verá nada en cambio de los yacimientos más antiguos, que escupen nubes de humo en el horizonte.

El personal de guardia trabaja siete dí­as seguidos, a razón de once horas al dí­a, antes de ir en autobús, por carreteras devoradas por el hielo, a la ciudad dormitorio de Noaiabrsk, a 200 km de allí­, para pasar una semana de descanso.

Ucranianos, tártaros o rusos son atraí­dos a estas tierras hostiles con sueldos consecuentes, muy superiores a la media del paí­s (unos 3O0 dólares). «La gente gana por término medio 40 mil rublos (1.600 dólares) al mes», indica Alexandre Sorokin.

Muy cerca de Vyngaiajinsk, Gazprom Neft, la filial petrolí­fera de Gazprom que compró Sibneft al multimillonario ruso Roman Abramovitch en 2005, perfora en busca de oro negro, rebosante en Siberia también.

«Antes viví­an en viejos vagones de madera, donde se congelaban en invierno. Ahora, todo es más confortable. Tenemos radiadores eléctricos, sauna, cantina. Pero los mosquitos siguen estando muy presentes en verano», cuenta el responsable de perforación Vladimir Dovgalov en la cima de una plataforma bamboleante, ennegrecida por los hidrocarburos.

El helicóptero se dirige hacia un pueblo de nenets, población autónoma del Gran Norte ruso que vive de la pesca y caza, donde Gazprom, acusado de arañar poco a poco su espacio vital, está orgulloso de mostrar sus realizaciones sociales.

La escuela, donde los niños de la tundra viven internos buena parte del año, ha sido remozada. Los nenets han recibido motonieves. Construcciones de ladrillos han sustituido a las viejas casas de madera o al «tchum» (tienda tradicional) de piel de reno.

«De esta manera, compensamos el impacto de nuestra actividad para el medio ambiente. Intentamos salvaguardar el modo de vida de la población autóctona y al mismo tiempo crear unas condiciones de vida más civilizadas», explica Valeri Minlikaev, subdirector general de Noaiabrskgazdobytcha, filial regional de Gazprom.

Iacha Kozimkin, criador de renos en el pueblo y padre de ocho hijos, se encoge de hombros. «Gazprom no me interesa. Aquí­ tenemos trabajo, pescamos. Y en invierno, ¿qué pasa? ¡pues nada, que vivimos! A -25°, no hace frí­o», dice.