Sí, y se llamaba María y era de Magdala, una ciudad de pescadores de la costa del mar de Galilea, entre Cafarnaum, ciudad de Galilea, patria de Pedro, y Tiberiades, un Estado de Israel, famosa por sus conservas y salazones.
María de Magdala fue un personaje histórico real y no un mito, aunque de ella se conozca poco. Era judía al igual que los primeros discípulos de Jesús, y el que lleve unido el nombre de su ciudad, y no el de su padre o de su marido, indica que era una mujer emancipada no sometida a otros y que por su propia voluntad formaba parte del grupo de Jesús.
Lucas 8,2 nos informa que entre las mujeres que seguían a Jesús y le asistían con sus bienes estaba María Magdalena, la primera de un grupo de mujeres que contemplaron de lejos la crucifixión de Jesús (MC 15,40-41 y señalan que en la madrugada después del sábado María Magdalena y otras mujeres volvieron al sepulcro a ungir el cuerpo con los aromas que habían comprado (MC 16,1-7) y que permanecieron sentadas frente a su sepulcro hasta el final.
Â
María Magdalena es el equivalente femenino de Pedro en el círculo de seguidores de Jesús, y ambos se caracterizaban por su celo y su fervor que por excesivo tenían que ser reprendidos y que ella les servía y les cuidaba con alimento, vestido y dinero, según vemos en Lucas 8:3.
María Magdalena es un símbolo de la Iglesia Universal de Cristo, se entregó en adoración al Maestro. Jamás lo abandonó. Nunca perdió su fe. Sabía que su Señor resucitaría como había dicho.
Mientras los discípulos huyeron cuando aprehendieron a Jesús, ella lo siguió hasta el monte Calvario, estuvo cuando José de Arimatea y Nicodemo se fueron.
Ella no desfalleció, no se escondió a llorar. Ella madrugó el domingo y fue a la tumba que encontró vacía y salió corriendo para dar las buenas nuevas de que Jesús había resucitado.