Evocaciones, nostalgias y vivencias de Navidad


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Cuando mis dos primeros hijos eran pequeños yo presumía de agnóstico o ateo; pero durante los días previos a los festejos de Navidad, en contra de mis supuestas convicciones, ya sea deliberadamente o a causa de un fenómeno que no lograba explicarme, me embargaba ese sentimiento tan especial que embelesa a la colectividad, y acompañaba a mi mujer a comprar un pequeño árbol de pinabete, otros adornos naturales y regalos, para disfrutar del espíritu navideño.

Eduardo Villatoro


Ocurrieron muchos sucesos en mi vida, incluyendo el diagnóstico médico referente a que yo padecía de cáncer en el páncreas y me fijaron tres meses de vida, irrevocablemente. Mi temor era dejar sin protección económica a mi familia, ya compuesta de seis vástagos, mi madre, mi suegra y un cuñado parapléjico que vivían con nosotros.
 
Voces amigas me hablaron de la omnipotencia, amor y misericordia de un Ser Supremo, a quien me aferré por medio del amado Jesús, y aquí estoy todavía, con ocho nietos, aunque Mamá Limpa, mi cuñado y la madre de Magnolia partieron hace tiempo.

Desde entonces y pese a persecuciones de que fui objeto de parte de gobiernos autoritarios, nunca me he vuelto a sentir solo, aunque estuviera muy lejos de mi familia, y puedo encarar los desafíos de la vida, sobre todo porque estoy preparado para enfrentarme al final de mi existencia en este mundo, pese a que muy extraordinariamente mencione el nombre del Eterno en mis artículos, porque detesto a quienes pretenden escudarse en su creencia religiosa para justificar pecados, defectos de carácter, errores o como se le quiera llamar a nuestras debilidades carnales.
 
Asisto frecuentemente a una pequeña congregación evangélica o protestante –como algunos prefieren decirlo en tono peyorativo–, y sostengo ideas muy particulares, como rechazar la llamada Teología de la Prosperidad, cuyos abanderados hacen ostentación de sus riquezas, en contraposición al ejemplo del Hijo de Dios y a las enseñanzas del Apóstol Pablo (“Sé vivir humildemente y sé tener abundancia; estar saciado, como padecer necesidades”) y mi doctrina me mueve a simpatizar con el papa Francisco y su opción por los pobres.
 
Estoy consciente de que Jesús no nació el 25 de diciembre, sino que es una fecha simbólica; me desagrada que el mercantilismo consumista haya sustituido al mensaje de Cristo; no concuerdo con atribuirle a un personaje gordo y colorado la esencia de la época navideña; pero eso no implica que con mi familia adornemos la casa donde residimos, que mi compañera se esmere en cocinar tamales de carne, en servir ponche y comer pavo o pierna de cerdo la noche del 24 y de entregar y recibir regalos de hijos y nietos.
 
Me cuesta tolerar a quienes se emborrachan y embrutecen, y en aceptar a pastores evangélicos fanatizados que marginan el amor como fundamento del cristianismo y que en esta época se dedican con ahínco y odio a despotricar contra la Navidad, a calificar de idólatras a quienes disfrutamos de esta sensación de armonía y paz entre los seres humanos, y arremeten contra sus correligionarios que colocan un arbolito con luces para festejar el nacimiento de Jesús.
 
(Con Romualdo les deseamos ¡Feliz Navidad, amigos no creyentes y hermanos cristianos de todas las confesiones!)