A partir de esta semana, empezamos oficialmente, según las costumbres guatemaltecas, las festividades del fin de año, que especialmente recaen en las celebraciones religiosas de la Navidad.
Para muchos, el inicio de esta temporada navideña da inicio con la llamada Quema del Diablo, una actividad que consiste en hacer fogarones, como simbolismo de deshacerse de todo lo malo, previo a iniciar las fiestas decembrinas.
Sin embargo, en los últimos años, se ha alzado la voz -sobre todo de grupos ambientalistas- para que esta tradición ya no sea practicada, debido a que genera una gran cantidad de contaminación.
Antaño, la gente utilizaba este día para quemar las cosas viejas. Pragmáticamente, caía como anillo al dedo la tradición, ya que para prepararse para las fiestas y adornar -lo cual incluye hacer el llamado «Nacimiento»- se necesitaba de espacio, el cual se hacía deshaciéndose de algunas cosas.
Al fogarón del Diablo, iban a dar colchones, llantas, envases plásticos, ropa, zapatos, muebles viejos y papeles. Para encender la llama, se compraba gasolina y se buscaba «chiribisco» para hacer crecer el fuego.
Hoy día, la vida moderna da muchas opciones desechables, por lo que ya no es tan común esta práctica de deshacerse de las cosas viejas. Además, cierta conciencia ambientalista hace que la gente ya no queme tanto. De hecho, buena parte de las familias ya no practica esta tradición.
El hecho está en que algunos sectores aún se practica, y forma parte de un sistema de tradiciones de carácter religioso que aún tiene algún sentido.
Como opción a la contaminación, comerciantes iniciaron -con acierto- la venta de piñatas en forma de diablo, con la cual se puede realizar la tradición, sin riesgo y sin mucha contaminación. Sin embargo, para ciertas personas no es lo mismo, y aún hay quién insista en quemar llantas.
Una vieja historia hindú cuenta que cuando Buda meditaba en un poblado, siempre era importunado por un gato, por lo que rogó que lo ataran mientras él buscaba la iluminación. De alguna forma, años después se estableció la tradición de amarrar a un gato, porque creían que Buda lo hacía para alcanzar la inspiración, pero sus fines -en realidad- eran más prácticos.
Aterrizando esa anécdota a nuestra Quema del Diablo, debemos tomar en cuenta que la tradición original no era quemar lo viejo, sino que era una práctica de purificación, previo a iniciar la temporada navideña.
Para ello, obviamente, no necesitamos quemar llantas, ni siquiera piñatas. Las tradiciones, cuando riñen con la modernidad, corren peligro de perderse, y en este caso, es justa la exigencia de los grupos ambientalistas de que cesen los fogarones, ya que esto contamina demasiado.
Sin embargo, la verdadera tradición no tiene por qué reñir con la práctica, porque para «quemar nuestros diablos», como era el propósito inicial de esta costumbre, puede hacerse sin necesidad de contaminar.