Esta mañana decían en un programa de radio que las encuestas demuestran que el elector guatemalteco a la hora de escoger a su Presidente, prefiere la honestidad a la inteligencia, lo que evidencia que los ciudadanos entienden el daño que la corrupción le hace al país porque corroe todas las instituciones y es responsable de esa calidad de Estado fallido que estamos sufriendo por el descalabro estructural del país. Ello indicaría que tendríamos que asumir la eterna búsqueda, que no empezó ni siquiera con Diógenes, para escudriñar a ver si podemos tener la suerte de encontrar al hombre honrado, al hombre decente que pueda dar satisfacción a las necesidades de la población.
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Comentando sobre el particular como invitado en ese programa de radio, mi hijo José Carlos dijo que el problema era que si cada cuatro años centrábamos el esfuerzo en buscar al hombre honrado, cada cuatro años llevaremos nuevos desengaños porque lo que necesitamos es crear mecanismos que nos permitan implementar sistemas que no sean hechos para fomentar la corrupción, como los actuales. Y me recordé de algo que he dicho hace buen tiempo, puesto que cuando tras la campaña vigorosa contra Alfonso Portillo, se suponía que la sociedad guatemalteca habría cobrado conciencia del problema que significa tener un sistema tan corrupto, pero en vez de entenderlo y de apostar al cambio del sistema, se apostó a resolver el problema buscando al «hombre honrado» y pienso yo que ahora tenemos que darnos cuenta del error.
Porque mientras el sistema siga alentando la corrupción, así eligiéramos a la Madre Teresa, quienes estuvieran a su alrededor terminarían haciendo negocios porque para eso es que están hechos todos los procedimientos y para ello es que existe ese régimen de impunidad que impide deducir responsabilidades a los sinvergí¼enzas.
Creo yo que los electores tenemos la natural tendencia a querer elegir al hombre más honrado o por lo menos al menos pícaro de todos los propuestos, pero si no apuntamos a la necesidad de exigirles que cambien el sistema, que diseñen mecanismos de transparencia para erradicar la corrupción, jamás lograremos el objetivo de que los escasos fondos públicos sirvan para la inversión social, para promover el desarrollo humano en un país que sigue languideciendo porque, en buena medida, el dinero disponible no llega a donde se necesita porque se pierde en el camino, en algún bolsillo que impunemente engorda por las enormes facilidades que hay para hacer mangas y capirotes.
Con el tiempo uno se va convenciendo de que ese hombre honrado que Diógenes buscó con una lámpara no existe porque sigue siendo cierto aquello de que en el arca abierta el justo peca y cuando se ve la oportunidad de amasar fortuna sin temor a que le vayan a pasar a alguien la factura, se aplica la tristemente célebre Ley de Hidalgo: «Baboso el que deje algo». Y mientras tengamos un régimen de fiscalización tan frágil que basta una orden ejecutiva para trasladar fondos a través de un organismo internacional para pasarse por el arco del triunfo todo esfuerzo de control, obviamente aquí seguirá la corrupción elijamos a quien elijamos. Por ello creo que fue acertado el punto: lo que urge cambiar es el sistema más que confiar en que un «buen hombre» sea quien resuelva el problema durante algún tiempo. Y eso suponiendo que el buen hombre sea de verdad honrado, cosa poco probable, y que además no deje que ningún pícaro se le acerque, cosa totalmente imposible.