Estudiante mediocre y con arrebatos


Jared L. Loughner, acusado de la matanza en Tucson, Arizona, en foto de archivo de su anuario, de la Secundaria Mountain View en 2006. FOTO LA HORA: AP

Durante cuatro años, Jared Loughner fue un estudiante universitario mediocre, que viví­a en su casa y tomaba clases de yoga y álgebra, administración de empresas y poesí­a.


Sin embargo, el año pasado, su conducta empezó a cambiar. En febrero, dejó estupefacto a un profesor al hablar de matar bebés con bombas, en un arrebato que significó el inicio de los trastornos del joven de 22 años, acusado de matar a seis personas y herir a 13, entre ellas la congresista Gabrielle Giffords.

Después del primer arrebato, la seguridad del campus decidió no intervenir, sólo observar.

«Sugerí­ que no lo perdieran de vista», escribió un agente.

La conducta de Loughner en la universidad se volvió cada vez más errática, amenazante y trastornada. Un informe policial de 51 páginas divulgado el miércoles traza un retrato escalofriante del último año universitario, que finalizó en septiembre cuando el Pima Community College lo declaró mentalmente inestable y lo suspendió.

Mientras Tucson y todo el paí­s rendí­a homenaje a las ví­ctimas, afloraban nuevos detalles sobre las actividades de Loughner durante las horas previas a la matanza.

Según las autoridades, Loughner fue al supermercado Walmart dos veces, un policí­a lo detuvo por pasar una luz roja pero lo dejó ir con una advertencia, luego tomó un talego negro del maletero del auto y se fue corriendo al desierto, perseguido por su padre, que sospechaba algo. Finalmente fue en un taxi a la tienda donde abrió fuego sobre Giffords y la gente que esperaba turno para hablar con la congresista.

Tres meses antes lo habí­an expulsado de la universidad.

En un informe de la seguridad universitaria, el 23 de septiembre, un agente convocado para tranquilizar a Loughner dijo que gritaba incoherencias, sus ojos estaban estrábicos y su cabeza inclinada a un ángulo raro.

«Empezó a decirme lentamente, en voz baja y farfullando, que bajo la Constitución, escrita en la pared para que todos la vieran, tení­a derecho a la «libertad de pensamiento» y que todo pensamiento que le viniera la cabeza podí­a ponerlo por escrito… Su profesor tení­a «la obligación de aceptarlo» y calificarlo», escribió el agente.

«Para mí­ estaba claro que era incapaz de comprender plenamente sus acciones».

El 30 de noviembre, el dí­a que compró el arma que según las autoridades usó en la matanza, Loughner colgó un video en YouTube con una diatriba contra la universidad y su servicio de seguridad.

La universidad dijo a Loughner y sus padres que antes de regresar a clase debí­a someterse a un examen de salud mental. No regresó.

Kelsey Hawkes, su novia de la secundaria seis años antes, dijo por televisión el jueves que en esa época él no habí­a exhibido propensión alguna a la violencia.

«Era una persona totalmente distinta. Muy atento, dulce, amoroso, un tanto callado, pero en general, un gran tipo», dijo Hawkes.