Al cumplirse veinte años del esfuerzo del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo presentando informes completos sobre el nivel de desarrollo humano, se establece que Guatemala es uno de los países que más ha avanzado en esa materia en el transcurso de los últimos 40 años, destacando como la Nación latinoamericana que mejores logros puede mostrar en términos estadísticos en educación, salud y condiciones de vida, lo cual es un indicio alentador de que a lo largo de esas cuatro décadas algo se ha hecho adecuadamente pese al conflicto armado interno, de un terremoto y de varios desastres naturales.
Esa es la buena noticia que nos trae el informe a los guatemaltecos, pero como nada es perfecto, no sólo se nos indica que los avances son notables pero insuficientes por la dimensión de la pobreza, sino que, además, se ratifica que somos uno de los países más desiguales del mundo y de América Latina, siendo superados únicamente por Haití y Bolivia. Sobra decir que según el informe la región latinoamericana y del Caribe es la que mayor problema presenta en materia de desigualdad y si bien Brasil y Chile han logrado avances significativos en los últimos años, especialmente por la implementación de programas de atención a los más pobres, ese efecto no se ha notado en Guatemala.
En realidad Guatemala puede avanzar poco para revertir los índices de desigualdad que ahora constituyen un matiz importante para medir el desarrollo humano, porque el nuestro es un Estado que se debilitó deliberadamente y al que se le niegan recursos y al que se le roban los pocos recursos existentes. La mezcla de evasión y resistencia a pagar impuestos, más la corrupción, contribuye a debilitar más aún a un Estado que es considerado frágil en muchos informes que se hacen sobre la realidad mundial.
El desarrollo humano equitativo, que se proyecte a todos los sectores y que efectivamente contribuya a combatir la pobreza, tiene que ser resultado de inversiones públicas sostenidas en programas sociales de salud, educación, alimentación, vivienda e infraestructura básica. Sobre nuestro nivel de desarrollo humano es fundamental matizar el término de la desigualdad, porque los indicadores basados en promedios por habitante son mentirosos dado que hay una altísima concentración de ventajas para unos pocos y una enorme miseria para buena parte de la población. Baste remarcar que alrededor del 50 por ciento de nuestra niñez sufre desnutrición crónica para entender cuán atados estamos por lastres que será difícil superar en el futuro inmediato.
Una estrategia para el desarrollo humano equitativo e incluyente urge en el país y debiera ser de interés tanto del gobierno como de la sociedad y de empresarios que así lograrían expandir su mercado.