Esto es lo que hay…


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En Guatemala se anhela políticos, funcionarios y empleados del Estado y particulares con dones de gentes, educados, corteses, amables, capaces, honrados y dignos de ejercer las funciones para las que el Estado o la iniciativa privada les pagan.

Fernando Mollinedo


La atención a usuarios de las instituciones estatales y clientes de empresas, es el servicio óptimo a prestar, pues a ellos deben la existencia de sus puestos de trabajo; sin embargo, en muchísimas dependencias privadas y estatales el servicio recibido es de quinta y sexta categoría.

En la vida administrativa estatal, esto es el “pan de todos los días”, encontramos servidores públicos mal encarados, prepotentes, abusivos cual si se les estuviera pidiendo un gran favor de gratis. Ello deriva de la poca visión de los empleadores que otorgan y nombran personas que “se ganaron el puesto” por la única condición de ser afiliados al partido político ganador o en su caso, por ser familiares, amigos o cultivadores del temperamento romántico con quienes tienen el poder de “dar” o “quitar trabajos”.

Esto deviene de las más importantes autoridades (no digo altas porque algunas veces son personas de corta estatura métrica y moral) y de esa forma va la cascada hacia abajo; privilegiando la afiliación política sobre las capacidades  éticas, morales, intelectuales y formativas mínimas para el ejercicio de los cargos a que son nombrados.

Por ello, “Eso es lo que hay” se dice con tono de resignación y es la expresión que desde las últimas tres elecciones en que llegaron al poder los representantes de las élites económicas conservadoras financistas de  presidentes, diputados y alcaldes para obtener o conservar privilegios en los negocios con el Estado.  Es decir, con la oligarquía nacional y con las empresas transnacionales, tal cual se ha hecho con los presidentes cooptados por los diferentes imperios económicos.

Muchas personas estaban seguras que el péndulo político en Guatemala venía de regreso de la ultraderecha, pero las últimas tres elecciones (Álvaro Arzú, Óscar Berger y Otto Pérez Molina) nos demostraron que todavía hay trayecto y posibilidad de moverse más a la derecha.

Hay que admitirlo: para los anhelos de paz, democracia,  redistribución, y reconciliación… esto ha sido una derrota. Por ello, es frecuente escuchar: no voto, porque, gane quien gane, mañana tengo que levantarme a lo mismo: a luchar por conseguir con qué dar de comer a mi familia, nadie me ha dado nada; aunque la necesito, la Bolsa Solidaria y la Segura nunca me la dieron ni me la darán porque no soy afiliado a los partidos políticos de turno. Esto no lo mejora nadie.

Y… “eso es lo que hay”: millones de personas de espalda a los debates, egos, discursos y movimientos que definen sus destinos con proyectos de ultraderecha y estrategia paramilitar con empresarios, gremios y bancos que lavan finanzas, cooptan las fuerzas armadas que conservan sus fidelidades con la anterior administración, armando complots contra cualquier proceso de paz o tendencia que pueda dañar sus millonarios negocios. Tiene canales de televisión, emisoras y columnistas que le hacen vocería.