Indudablemente el nuestro es un país en el que el presidencialismo sigue siendo característico del sistema político y por ello no sólo vivimos un permanente culto a la personalidad, sino que, además, el estilo del mandatario marca una enorme diferencia en la gestión de cada uno de ellos. Desde la apertura política que excluyó a los militares que durante décadas ejercieron el poder, hemos tenido variadas formas de actuar de los mandatarios y sin duda que el presidente í“scar Berger, a punto ya de terminar su período, ha sido uno de los más peculiares porque ha sido sin duda el más comunicativo al punto de que prácticamente todos los días mantuvo relación con la prensa.
Contrasta la actitud del presidente Berger con la de su antecesor ílvaro Arzú quien fue sin duda el más parco de los mandatarios y el más alejado de la Prensa y de las cuestiones de tipo social. Cerezo y Portillo tuvieron un estilo parecido en cuanto a su relación no sólo con la Prensa sino con la sociedad, mientras que Serrano evidenció que el poder se le subió a la cabeza y aumentó su tendencia al autoritarismo y Ramiro de León Carpio siempre tuvo un trato fácil y suave con los distintos sectores.
Ahora estamos esperando la instalación del gobierno de ílvaro Colom y será de ver cómo se comporta cuando esté investido con la primera magistratura del país porque, repetimos, depende en mucho del estilo de cada uno de los gobernantes la forma en que se puedan comunicar con la población. Y Berger puede no haber sido el mejor gobernante del país, pero su estilo campechano, su permanente presencia en cuanta inauguración hubo y la apertura para hablar con los periodistas le allanó el camino para mantener una buena imagen ganada más por su estilo y forma de ser que por sus realizaciones.
Lo que es importante es que los ciudadanos entendamos que los presidentes no son los dueños del país y que han recibido un mandato en nombre del pueblo para administrarlo. Porque aquellos que se han endiosado y no han sabido manejar las alturas han sido víctimas de la adulación que es uno de los grandes males de nuestro país y que debiéramos desterrar. Respetar al gobernante tiene que ser diferente a esa tendencia tan marcada a la lambisconería que es generadora de grandes tiranías aquí y en cualquier lugar del mundo.
El estilo personal de cada mandatario es propio de su naturaleza, pero también influye el comportamiento de quienes le rodean y de los sectores de poder. Pocos han sido tan adulados en este último ciclo como Serrano porque quienes le rodeaban midieron su debilidad y la usaron para sacarle raja. Terminar con el culto a la personalidad y con la adulación es un imperativo de la sociedad.