Estancados


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Hace cuatro días, en uno de los trajines propios de fin de año, llevaba a la más pequeña de mis primas para hacer unas compras. Cuando llegamos al área de los semáforos para transitar por la zona uno, me indicaba, con toda su gracia e inocencia, para qué servía cada color de ese aparato. Durante la conversación, me preguntó qué ocurriría si nos pasábamos el semáforo cuando estaba en color rojo.

Luis F. Arévalo A.
larevalo@lahora.com.gt


Traté de explicarle, en primer lugar, que eso sería imprudente, porque podría causar cualquier tipo de accidente de tránsito, desde arrollar a un peatón o impactar con otro vehículo con saldos lamentables y con eso se incurriría en costos.

Mi sorpresa fue, que al tratar de explicarle que pasarse un semáforo que marca el alto podría acarrear multas para el infractor, me cuestionó que hacia dónde iba a parar ese dinero. Sin que me diera tiempo para idear una respuesta acorde, irrumpió diciendo que seguramente «se lo agarra» el Presidente. Claro que dijo el nombre del mandatario. Y que mientras un segmento de la población consumía cierto tipo de alimentos, en el gobierno se hacía todo a las anchas de los funcionarios.

A la niña, con apenas siete años, se le ocurre cuestionar todo cuanto imagina, desde para qué sirve tal objeto, cómo pudo un ser sobrenatural escribir un libro o inspirar a hombres para que lo hicieran y un largo etcétera.

Lo que me impresionó sobremanera de la conversación con esa niña, es la forma en que en nuestra mente está arraigada la idea de la función pública. Tanto, que es la que se les forma a los más pequeños de la familia. Sea porque la escuchan de los mayores o porque así se les enseña.

Que ninguna persona hace nada solo porque es su trabajo sino que además debe llevarse una tajada, entre más grande mejor, de los recursos públicos, me parece una idea que busca instalarse como la verdad absoluta.

No sostengo que no se deba cuestionar a los administradores del país, de todos los poderes habidos y por haber, sobre cómo manejan nuestros recursos, pero tener la mente plagada de que todo cuanto llega lo hace para enriquecerse rápidamente y sin el menor esfuerzo, me parece también alarmante.

Todas las personas tienen intereses. Algunas más que otras. Unos, encuentran cómo beneficiarse dando satisfacción a los intereses de otros y así parece funcionar la dinámica. Piensa mal y acertarás, decía Maquiavelo, pero pensar así en todo, es como ver el pecado en cada cosa que se hace y eso no le permite avanzar a nadie.

Tampoco podemos ser fanáticos cuasi-religiosos con estos temas. Entiendo que seamos un país sumido en la corrupción y que haya funcionarios, particulares y hasta activistas que se benefician con el tema, pero pretender que todo se haga con esa lógica también cae en el estancamiento.

Es sabido que uno de los mayores beneficios que ha traído la instalación de un modelo político más democrático al país, es que cualquiera puede externar su opinión respecto de cualquier tema. Sin embargo, creo que se debe ser responsable en todo sentido, porque palabras más, palabras menos, pueden llevarnos a pasarnos llevando entre los pies nuestra aún incipiente democracia, que es perfectible, pero que se estancó porque las ideas ya no cambiaron y no aspiraron a más.