¿Estamos preparados para un desastre?


El cráter del volcán Pacaya muestra su furia y rastros de azufre.

¡¡Terremoto!! Fue lo ocurrido a las 3 horas, 33 minutos y 33 segundos el 4 de febrero, hace 32 años, en el paí­s. Aquel acontecimiento reveló una cruda tragedia y evidenció que Guatemala es vulnerable. El saldo, destrucción material y miles de muertos. En pleno siglo XXI una fuerte sacudida de tierra causa alarma y nerviosismo.

Gabriel Herrera
lahora@lahora.com.gt

La falta de capacidad hospitalaria; sobrepoblación en ciudades dormitorio; escasos planes de evacuación; poca cultura contra desastres; desorden e insuficiente previsión al construir; uso de materiales de mala calidad y por lo tanto peligrosos; cimientos débiles para muchos niveles; geografí­a territorial; casi catorce millones de habitantes y el pánico son los mayores riesgos en caso de ocurrir un terremoto en el paí­s, opinan expertos.

El viceministro de Hospitales de Guatemala, Ludwin Ovalle, reconoce que es escasa la infraestructura hospitalaria, pues el estándar internacional dicta que el paí­s deberí­a tener a disposición una cama por cada mil habitantes. Esa operación matemática resuelve que deberí­an existir 14 mil camas en los 44 centros asistenciales públicos, pero la disponibilidad real es un una cifra superior a 6 mil en el territorio nacional.

Guillermo Echeverrí­a, director ejecutivo del hospital Roosevelt, uno de los más grandes y de referencia nacional, resalta que se mantiene actualizado el sistema de gestión de riesgo, integrado por especialistas de distintas ramas. Tratan de solucionar en teorí­a posibles problemas catastróficos y atención de emergencia a ví­ctimas en masa.

El temor es que la demanda es mayor que la respuesta inicial a cualquier nivel de catástrofe. Pero cuentan con una reserva de material quirúrgico y medicamentos para emergencias, indica.

Otro problema es que sólo en el área metropolitana conviven dos millones de habitantes, más un número similar de residentes en municipios cercanos a la capital donde no hay centros asistenciales óptimos para atender casos de gran magnitud. Por ello los hospitales Roosevelt y San Juan de Dios, atravesarí­an dificultades para manejar una situación especial, analiza.

Una esperanza podrí­a ser la construcción del hospital de Villa Nueva que ayudarí­a al momento de una emergencia. Pero la dificultad sigue siendo que la población crece más rápido que la capacidad de respuesta, subraya.

Activo en sismos

El director del Instituto Nacional de Sismologí­a, Vulcanologí­a, Meteorologí­a e Hidrologí­a (Insivumeh), Edy Sánchez dice: «Siempre es bueno tomar las precauciones del caso si hubiera un movimiento sí­smico fuerte y fuera necesario evacuar las viviendas».

Alerta que los guatemaltecos vivimos en un paí­s de riesgo sí­smico y que la explicación técnica de lo que ocurre, es la activación de las placas tectónicas de Centroamérica: el Caribe y Cocos, que mantienen constante acomodamiento.

La tendencia luego de un movimiento telúrico es que la energí­a empieza a emigrar a otros epicentros lo que provoca el temblor, ilustra el experto.

En el territorio nacional existen otras fallas geológicas, Chixoy, Polochic, Motagua, Jalpatagua, Santa Catarina Pinula, Mixco, al nororiente «Chamelecón» «Jocotán».

No hay método cientí­fico para prevenir un terremoto, los expertos aconsejan estar informados y preparados, ante cualquier alerta que aparezca.

Este mes han ocurrido tres alarmas por sismo, una el pasado lunes 14 y otras dos el 16 de abril frente a las costas del océano Pací­fico guatemalteco y mexicano, respectivamente. En 2008 ya hubo más de 21 movimientos sensibles y más de 326 no sensibles en suelo guatemalteco, según el Insivumeh.

Huracán o tsunami

Edy Sánchez indica que es posible un huracán o tsunami en el paí­s. Recuerda que todos los años hay temporada de huracanes en el Caribe, algunas veces afectan al paí­s como tormentas tropicales.

No se puede pronosticar la formación de esos fenómenos climáticos, pero Guatemala ya ha sufrido graves inundaciones con el huracán Mitch en 1998 y la tormenta Stan en 2005, ambos pusieron en emergencia a muchas comunidades.

Hay que recordar que el trastorno que sufre el planeta, golpea a Europa y Asia con inundaciones; ífrica y América Latina con sequí­as e inviernos copiosos.

La formación de un tsunami en las costas del paí­s es otra probabilidad. La historiada recabada por el Insivumeh, da cuenta que únicamente sismos de magnitud mayor a 7.0 grados, escala Richter los han generado, lo que no significa que todos los sismos mayores los puedan crear.

Para el litoral pací­fico se asume que de Guatemala a Nicaragua el 32% de los eventos sí­smicos potentes generaron tsunamis, y entre Costa Rica y Panamá han sido el 67%. Esto indica que esta última porción de la costa del pací­fico centroamericano ha estado más expuesta a dicho fenómeno, al ocurrir un sismo mayor cercano a la costa.

Los volcanes son otro riesgo. Guatemala cuenta con varios colosos cercanos a zonas pobladas, entre ellos el Hunapú conocido como de Agua; Zunil en Quetzaltenango; Tacaná y Tajumulco, en la zona de San Marcos. Pero los más activos y que han constituido riesgo son el de Fuego, en Sacatepéquez y el Pacaya, en Escuintla.

Anhí­drido carbónico y sulfuroso; nitrógeno, hidrógeno, óxido de carbono, azufre y cloro son gases que determinan el poder explosivo de una erupción volcánica, explica en su libro «Catástrofe, Tercer Milenio» el experto mexicano, Guillermo Ramí­rez Becerra.

Educación, educación

La Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred) recomienda tener un plan familiar de contingencia y evacuación, eso involucra a toda la población. La preparación debe estar encaminada a priorizar ancianos y niños, dice el vocero Benedicto Girón

Asimismo deberí­a haber planes de emergencia institucional para establecer rutas de salida, práctica de simulacros, conocer ubicación de llaves de servicios de agua, gas y electricidad.

También estar preparados con agua potable, alimentos no perecederos, baterí­as, linterna, radio portátil, botiquí­n, zapatos cómodos y documentos personales a mano ya que el 70% de las ví­ctimas sobrevivientes del terremoto de 1976, carecí­an de documentos pues los perdieron bajo los escombros y por ello no pudieron tramitar alguna ayuda.

Lo que a la Conred le corresponderí­a es coordinar labores en los sitios de emergencia, evaluar hasta después de un desastre y determinar por medio de sus monitores, dónde serí­a urgente un campamento, un albergue, hospitales de emergencia y en extremo una morgue temporal.

Asimismo verificar la capacidad de respuesta y cupo en centros asistenciales en general, contactos con cuerpos de seguridad y distribución de alimentos. Con relación a personal voluntario, la respuesta ha sido positiva y demostrada en emergencias anteriores.

No se puede especular sobre sitios de mayor riesgo, habrí­a que esperar el informe del Insivumeh para fijar el plan institucional de respuesta y ordenar acción a las sedes regionales, indica Girón.

Antiguo, moderno

La arquitecta Isabel Cifuentes, del Centro de Estudios Urbanos y Regionales, (CEUR) de la Universidad de San Carlos de Guatemala confirma: «hay riesgos latentes en caso de terremoto cuando se trata de viviendas informales o formales sin regulación municipal, preocupa por antigí¼edad 90% y por modernidad 70%, de riesgo».

Las construcciones se improvisan unas sobre otras o apoyadas entre sí­. Los sismos en temporada de verano aflojan la tierra y debilitan las estructuras. Cuando empieza a llover, por ejemplo, el material suelto puede ser causa de deslizamientos, incluso en laderas aunque sean zonas residenciales. Quien puede pagar para reconstruir soluciona su problema, no así­ los más pobres y tanto el paí­s como el gobierno empiezan a atravesar dificultades, analiza.

En otras circunstancias en áreas rurales, el adobe se «satanizó» después del terremoto de 1976. No se quiso construir más con tierra, mientras en paí­ses nórdicos y en Alemania empezaron a utilizar tecnologí­as para construir con tierra.

Un proyecto de investigación del ingeniero Javier Quiñónez evidenció, 25 años después del último terremoto, que 400 viviendas construidas con adobe, hierro, arena y cal soportaron inclemencias por lluvia y sismos en áreas rurales de Baja Verapaz, indica la investigadora.

Mientras tanto en la actualidad es evidente en algunos casos, la mala calidad de los materiales pues unos son más frágiles que otros. También la escasa colocación de varillas de hierro en columnas, ausencia de costillas horizontales, soleras, dinteles o falta de cimentación de concreto para proteger contra humedad las viviendas.

El vidrio en las construcciones es otro material riesgoso a la hora de un sismo fuerte. Se construyen laberintos en pisos de edificios, se valora más la estética que la seguridad. Estamos más inclinados a imitar que a construir algo seguro, se cuelgan lámparas pesadas sólo por estética, analiza.

En áreas urbanas la concentración de grupos que trabajan en edificios afrontan la falta de sistemas de alarma, no se hacen simulacros, no hay planes de evacuación, se ha ignorado el código de construcción, los problemas aumentan si se prioriza más lo material que la vida, enumera.

Antiguamente en las costas, las casas eran construidas a más de un metro y medio arriba del suelo, ahora se imita y se construye a nivel del mar lo que fallará y ha fallado en casos de inundación. El cambio de hábitos aumenta la vulnerabilidad, puntualiza.

Si ocurriera otra tormenta tropical grave, las construcciones nuevas no estarí­an técnicamente preparadas, lo que indica que la gente está aceptando el riesgo aunque luego sufra consecuencias lamentables, valora.

En el CEUR-USAC son partidarios que en nuevas construcciones se deberí­a contemplar: cimientos sismo resistentes, paredes exteriores fuertes, no sobrepasar la capacidad de resistencia de los materiales, techos resistentes para más de un piso, medir carga de entrepisos, instalaciones de agua flexibles, estructura eléctrica no improvisada, áreas de tráfico despejadas, ventanas con vidrio laminado, puertas menos pesadas o de PVC.

La arquitecta cita: «El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo dice que el mismo desarrollo puede provocar procesos de riesgo, pero también puede disminuir esos peligros».