Estamos en guerra (I de II)


¡Estamos en guerra! ¿Por qué no lo aceptamos? ¿Por qué lo queremos negar? Nos abruma un irresponsable fatalismo, nos adormece el negativismo del avestruz o la ceguera de los que en cubierta celebran con champagne mientras el casco del Titanic abre su grieta. Queremos callar a Casandra o taparnos los oí­dos; cerrar con candado la caja de Pandora. Vivimos en medio de una guerra que no queremos distinguir porque ésta ya no es como las de antes; conforme evolucionan las sociedades también lo hacen sus amenazas. Como toda hostilidad, produce zozobra, intranquilidad, desconfianza, miedo. ¿Acaso no resbala la sangre por los cuerpos inertes como mudo rastro de serpiente?

Luis Fernández Molina

¿Acaso no se acomodan a diario 20 ataúdes en igual número de hogares? ¿Acaso no se amenaza con relucientes navajas a los dueños de negocios que luego prefieren cerrarlos? ¿Quién no siente que un frí­o recorre la espalda cuando camina bajo el sol de nuestra patria? ¿Qué padre de familia no ha sentido frustración y que madre no espera temerosa el retorno de los hijos? Circulan huestes armadas por todas las carreteras ocultos por vidrios negros. Como leviatanes han surgido nuevos enemigos y presentan nuevos campos de batalla. Históricamente la primera de todas las guerras se libró de cara, con una quijada de burro, luego fueron los puños, las piedras y los garrotes, el enemigo estaba enfrente. Las lanzas pronto aparecieron y las saetas y las ondas que golpeaban en medio de la frente; el enemigo estaba más lejos. Las estratagemas se asomaron en la alborada de los tiempos con el caballo de madera; los rivales podí­an engañarse. Después se formaban los soldados de unos frente a los otros; los enemigos estaban a distancia aunque el choque era siempre frontal. Tronaron en el horizonte los casos de los jinetes que raudos bajaban a la llanura; los enemigos se montaban sobre temibles bestias. Aparecieron los carros de guerra. La guerra se extendió a los mares y los enemigos estaban en las otras naves. Con el invento de la pólvora la guerra cobró otra dimensión. Los enemigos se enfrentaban a distancia y conforme la tecnologí­a fue avanzando, los rivales no se veí­an. De mosquetes a arcabuces la tecnologí­a fue de la mano de Marte. Llegaron las disputas religiosas en que los bandos ya no se alineaban según su nacionalidad sino que conforme sus creencias. La guerra civil inglesa sorprendió porque las adhesiones y lealtades eran por ideologí­as y religión. En ese sentido los litigantes se preguntaban

¿Quién es el enemigo? Dónde está el enemigo. La invasión napoleónica dio paso a las guerrillas donde los enemigos pequeños se escurrí­an de los grandes ejércitos. La guerra civil estadounidense plasmó la desgarradora confrontación en una misma nación, pero los enemigos se distinguí­an: eran los yanquis o los sureños. La primera conflagración mundial vio en el horizonte los vehí­culos blindados y respiró los gases letales; los enemigos se pudrí­an en las trincheras de enfrente. La cauda más trágica de la guerra civil española fue que el enemigo era el vecino de al lado, y el de enfrente, el que ayer era un amigo. La Segunda Guerra Mundial sirvió de escenario para presumir los avances tecnológicos: el radar, el submarino, y sobre todo la prometedora bomba de hidrógeno. Llegó la guerra frí­a amenazó desde larga distancia. La guerra de las galaxias. A finales del siglo pasado apareció un nuevo Marte, en expresión abominable, la mutación de todas las formas anteriores: el terrorismo ciego; el fanatismo ideológico-religioso; los ataques urbanos a ví­ctimas inocentes y a civiles; el avasallador narcotráfico; la impotencia de los gobiernos; el bioterrorismo, etc. ¿Dónde están los nuevos enemigos?