Roger Pontz perdió lentamente la vista debido a una enfermedad degenerativa en los ojos. Después de que le diagnosticaran retinitis pigmentaria en su adolescencia, Pontz ha estado casi completamente ciego durante años.
Ahora, gracias a un procedimiento de alta tecnología que implicó la implantación quirúrgica de un «ojo biónico», Pontz ha recuperado suficiente vista para ver con limitaciones a su esposa, nieto y su mascota, un gato.
«Es maravilloso. Es emocionante ver algo nuevo cada día», declaró Pontz durante una cita reciente en el Centro de Ojos Kellog de la Universidad de Michigan.
Esta instalación médica, en la localidad de Ann Arbor, ha sido escenario de las únicas cuatro cirugías de su tipo desde que las aprobó la Administración de Alimentos y Fármacos (FDA por sus siglas en inglés).
La retinitis pigmentaria es una enfermedad hereditaria que causa la pérdida lenta pero progresiva de la vista debido a una pérdida gradual de las células sensibles a la luz llamadas conos y bastones que se encuentran en la retina.
Los pacientes experimentan la pérdida de visión periférica, no ven durante la noche y después pierden la visión en túnel, lo que puede resultar casi en ceguera.
En Estados Unidos, no todas las alrededor de 100.000 personas que tienen retinitis pigmentaria pueden beneficiarse de un ojo biónico.
Según cálculos, unas 10.000 personas tienen una vista muy limitada, dijo el doctor Brian Mech, ejecutivo de la firma fabricante del dispositivo, Second Sight Medical Products Inc., con sede en Sylmar, California. De esta cifra, 7.500 son candidatos a la cirugía.
El implante artificial en el ojo izquierdo de Pontz es parte de un sistema desarrollado por Second Sight que incluye una pequeña cámara de video y un transmisor alojados en unas gafas.
Las imágenes de la cámara son convertidas en pulsos eléctricos transmitidos inalámbricamente a una red de electrodos colocada en la superficie de la retina.
Los pulsos estimulan a las células saludables que aún quedan en la retina y éstas transmiten la señal al nervio óptico.
La información visual viaja después al cerebro, donde es decodificada en patrones de luz que puede ser reconocidos e interpretados, permitiendo al paciente que recupere cierta función visual.
Cuando utiliza las gafas, a las que Pontz describe como sus «ojos», él puede identificar y tomar al gato y suponer que un destello de luz es su nieto que se dirige rápidamente hacia la cocina.
La mejoría visual es a veces asombrosa para Pontz y su esposa, Terri, que está tan deslumbrada como él del progreso logrado.
«Dije algo que jamás pensé que diría: ‘Deja de mirarme mientras como»’, declaró Terri Pontz.
Terri lleva en vehículo a su esposo casi 320 kilómetros (200 millas) desde la pequeña Reed City, Michigan, a Ann Arbor, para que lo revisen y visite al terapista ocupacional Ashley Howson, quien lo ayuda a que recupere su memoria visual y aprenda técnicas necesarias para aprovechar al máximo su nueva visión.
Pontz afirma que el ojo biónico «cambia la vida»: «Puedo caminar por la casa con facilidad. Si eso es todo lo que he de lograr, es fabuloso».