Estados Latinos de América


Podrí­a haber dedicado este preciado espacio a analizar cuánto dejamos atrás en este primer decenio del siglo XXI, pero prefiero alzar la vista al frente y escudriñar el horizonte. Convendrán conmigo en que, con la irrupción de las nuevas tecnologí­as, diez años no son nada. Hoy los acontecimientos se suceden a una velocidad tan frenética en cualquier parte del mundo que no queda tiempo para asimilarlos. Diez años en estos tiempos son medio siglo en el Medioevo, o casi. Pasan más cosas de las que tengamos noticia claro, en un minuto de este moribundo 2009 que en toda la edad de las cavernas. Sin embargo, esta vorágine nos impide ver más allá de nuestras narices con demasiada frecuencia. Estos dí­as leo en la prensa internacional sesudos análisis sobre lo que significó el 11-S o las implicaciones del cambio climático en nuestras vidas, pero he descubierto un hecho sobre el que nadie escribirá y que, a buen seguro, va a marcar el siguiente decenio. Y no me refiero a la imparable consolidación de China como superpotencia sino a la expansión hispana en el imperio dominante de nuestra era: Estados Unidos.

Humberto Montero
periodista y analista político, hmontero@larazon.es

En los dos últimos lustros, los hispanos no sólo se han convertido en la primera minorí­a del coloso del norte sobrepasando a los afroamericanos sino que no han dejado de ganar prestigio en la sociedad más competitiva del mundo sin perder sus raí­ces: su lengua materna y sus tradiciones, entre ellas el mayoritario fervor católico. Aunque parezca increí­ble, un tí­mido teletipo, oculto entre los millones de cables que se cruzan en mi ordenador de La Razón, me dio la clave hace apenas unas horas. Decí­a así­: «La empresa de bebidas Dr. Pepper Snapple fue demandada hoy por siete empleados afroamericanos que habrí­an sido discriminados durante años por supervisores hispanos en Chicago». Estuve a punto de dejarlo correr hasta que caí­ en su importancia. Hace apenas diez años, la información hubiera sido a la inversa. Es decir, habrí­an sido los empleados hispanos los que demandaran a sus supervisores afroamericanos.

El crecimiento de lo hispano ha sido tan brutal, que hoy podemos clamar con cierto orgullo que el primer presidente negro de Estados Unidos está instalado en la Casa Blanca gracias al voto latino, del que se llevó nada menos que el 67 por ciento por el 31 de McCain. Y podemos decirlo porque más de diez millones de hispanos fueron a votar ese dí­a, un 32% más que en las presidenciales de 2004, dejando patente su compromiso polí­tico con su nuevo paí­s.

Los candidatos saben que el poder latino es imparable y por eso sus campañas hablan español, no tanto porque los hispanos no hablen la lengua de Shakespeare (la inmensa mayorí­a es bilingí¼e o tiene nociones básicas de inglés) sino porque saben que el idioma es una de las señas de identidad que los inmigrantes del otro lado del rí­o Bravo mantienen aún cuando estén completamente asimilados. Hoy, al contrario que en las décadas de los 50 a los 80, los latinos no tienen que renunciar a su lengua materna para integrarse. El orgullo por el español se percibe en Nueva York, Miami, Chicago o Los íngeles hasta hacerle creer a uno que no ha salido de casa aunque esté paseando por Manhattan. Es un contagio irremediable, de Alaska a Tierra de Fuego, el español es la lengua predominante.

Cuando cerramos el primer decenio del siglo podemos afirmar que de los 900 millones de personas que viven en América, unos 450 millones se expresan en español, lo que convierte a nuestro idioma en el segundo más hablado del mundo como lengua materna tras el chino mandarí­n. El inglés queda relegado a la segunda posición, con unos 325 millones de hablantes. Aún es la lengua más influyente, pero en América los sentimientos se expresan en español, el idioma extranjero elegido por el 60% de los alumnos.

Y las proyecciones son aún más impresionantes. La minorí­a que más ha crecido en Estados Unidos, hasta representar el 16% de la población con casi 50 de sus 306 millones de habitantes, habla en sus casas un idioma que no es el oficial en una proporción abrumadora (entre el 60 y el 70%, según los estudios). De manera que el 12% de la población de EE.UU. habla español como lengua principal. En Nuevo México ya es predominante aunque aún no cooficial. En 2050, la Oficina del Censo de EE.UU. estima que la población hispana se duplicará: de los 400 millones de habitantes, el 49% será blanco-caucásico, el 28% serán hispanos, el 12% negros y el 6% asiáticos. Es decir, por primera vez desde su fundación, los wasp (blancos, protestantes) serán minorí­a. Pero lo más relevante es su creciente poder: es el grupo más pujante (en parte por su juventud, 27 años por los 36 de media nacional) y el que más hijos tiene (3 por los 2 de media nacional), su poder de compra para este 2010 alcanzará los 1.000 millones de dólares (sólo superado por el PIB de España y México) y comienza a ocupar puestos clave. Casi el 12% de los altos funcionarios de la Administración Obama son latinos y 50 son altos cargos, entre ellos dos mujeres: la jueza Sotomayor en la Corte Suprema y Hilda Solí­s, flamante secretaria de Trabajo.

El futuro es hispano, como descubrió Lula da Silva hace más de cinco años al impulsar el estudio del español en Brasil con el objetivo de convertirlo en cooficial a mitad de siglo. Es hora de que los hispanos (europeos, norteamericanos, caribeños, mesoamericanos y suramericanos) unamos nuestras fuerzas hasta alcanzar un sueño posible: los Estados Latinos de América. Los próximos 10 años son clave para lograr que la primera presidenta de EE.UU. se apellide además González.