Cuando la lluvia tiene puntos de saturación extremos, la humedad empieza a penetrar todo a su paso, la luz queda obstaculizada y solo van quedando pequeñas ráfagas de sol por la mañana que permite el manto de nubes cuando concede ventanas de luz. Hay días en que ni siquiera se tiene ese tragaluz matutino, es cuando el día amanece con cabezas humanas por la ciudad, con la noticia de chapines que rumbo al norte resultaron masacrados, con una lluvia gris. Cuando se ha vivido tanto tiempo sin la noción de Estado como relación social que sintetice la acción política, social y económica, la oscuridad parece normal y lo que priva es la perversión y el acomodo, poco a poco se van perdiendo los trazados que marcan las relaciones sociales y sólo quedan los atajos individuales. La lluvia por tantos días impone un sentido luctuoso de penumbra permanente que cala la moral y las paredes del edificio social, se establece un sentido de subsistencia ante el caos inminente que manda la búsqueda de refugio.
Un temporal de inclemencia como el que sucede este año, enmohece el poco ánimo de los habitantes de la ciudad, exacerba las condiciones habituales como el tráfico, el comercio, la recreación o la política. Un acto gubernamental o un mitin político se diluyen rápidamente en estos días de agua, porque es imposible mantener el interés contra la corriente. Caminar implica un baño seguro, no hay capa ni paraguas que protejan porque las calles se convierten en ríos casi navegables con corrientes poderosas que desbordan las aceras; los autos y camiones requieren un sistema anfibio para circular. La lluvia se cuela por todos lados, lava la pintura fácilmente y deja al descubierto la mediocridad con la que se construyó la ciudad de la perversión; revela que las calles tienen una capa delgada de asfalto y los hoyos cunden por todos lados rompiendo amortiguadores y suspensiones. Un viaje en carro bajo el torrencial puede significar una tortura, avanzar una cuadra en la Calle Martí puede tonarse en todo un desafío. Las reglas se hunden en los charcos y reflota la anarquía, atrás vienen las cuadrillas de hombres de verde, los baches están reportados; Tú Muni, Tú eres la Ciudad, ¡qué ironía!
Las nubes grises se ciernen todos los días sobre la sociedad de la infamia, las corrientes empiezan a deslavar la poca textura de lo público, las paredes que sostiene los servicios de salud, educación, seguridad, no resistirán por mucho tiempo, se abrirán como diques que arrastrarán a sus habitantes con todo y su dignidad. Mientras el agua va subiendo su nivel, el Gobierno anuncia el agotamiento de los recursos para sostener la política pública y la emergencia, otros con poder voltean la mirada con indiferencia y los puentes empiezan a colapsar. Los muros que corren lateralmente a los caminos contienen tierra saturada de agua que sede en derrumbes. En otra parte de la ciudad, en la zona legislativa, la inundación no parece afectar a sus miembros que saben saltar las pozas de agua para llegar a una banqueta más segura, un sitio en el cual se pueda mantener el poder, es la zona en la que nadie se moja.
En el distrito judicial no es lo mismo, la humedad está instalada desde hace mucho tiempo, grandes cantidades de moho brotan de color verde por sus grietas. Esa infiltración atravesó ya todas las estructuras institucionales y hasta que termine este ciclo, no se podrá secar la condición de Estado inundado.