Estado de inseguridad


Todos sabemos que en Guatemala impera la ley de la selva y que no existen mecanismos para garantizarle absolutamente nada a los ciudadanos honrados, pero cuando uno observa casos concretos tiene que sufrir la desazón causada por el absoluto estado de inseguridad que vivimos. Si alguien es despojado de sus bienes y se presenta a las autoridades para denunciar el hecho, ve con desconsuelo la reacción de quienes les toman declaraciones porque no sólo actúan de manera mecánica, sino que les dicen a las ví­ctimas que no sirve de mucho denunciar porque, en el mejor de los casos, si llegaran a realizar una captura, en menos de dos horas el encartado recobra su libertad.


Obviamente eso significa que si la ví­ctima poseí­a algunos datos que permitieran dar con el paradero del delincuente, debe guardárselos porque no hay esperanza de que los mismos sirvan para hacer justicia, no digamos para recuperar los bienes. Y los maleantes que roban a punta de pistola actúan con la mayor tranquilidad, repitiendo una y otra vez sus actos delictivos en los mismos sectores, demostrando que no le tienen miedo a la reacción de las autoridades porque ya saben que nadie los va a denunciar por lo inútil y además riesgoso del trámite, toda vez que uno no sabe si los ladrones tienen cómplices que les informen para que tomen venganza.

La Policí­a Nacional Civil podrí­a tener un mapeo prácticamente exacto, con horarios precisos, de los sectores en los que actúa cada uno de los delincuentes y sus cómplices, puesto que lo hacen de manera sistemática y descarada. Hasta respetan los horarios, según las denuncias de las ví­ctimas, porque una y otra vez atracan a la misma hora y algunos de ellos luego se pavonean por los comercios del mismo sector, sin ocultarse porque saben que sus ví­ctimas viven bajo el imperio del terror que imponen.

La incapacidad de la Policí­a, agravada por la inutilidad del Ministerio Público y de los tribunales de justicia, hace que los ciudadanos honrados no sólo se sientan sino que materialmente estén indefensos y totalmente inseguros. Tanto así­ que se termina viendo con admiración a quien tras ser ví­ctima de un maleante se lo «despacha» utilizando la violencia en la idea de administrar justicia por propia mano.

La cantidad de ví­ctimas de robos que hay todos los dí­as en el paí­s, para no insistir en la cantidad de muertos, es la prueba fehaciente de la fragilidad del Estado de Guatemala que es absolutamente incapaz de darles seguridad y garantí­as a los ciudadanos. Y esa dramática realidad no les quita el sueño, por lo visto, ni al Presidente ni a sus funcionarios.