Estado de Calamidad, por los siglos de los siglos


La declaración de estado de Calamidad por la crisis alimentaria, eufemismo para referirse al hambre que mata a niños de Guatemala, tiene que verse en el contexto de la explicación que ha dado el Gobierno respecto al carácter estructural de la desnutrición y en ese sentido debemos asumir que la calamidad viene de hace mucho y deberá permanecer vigente por muchí­simo tiempo porque no se puede resolver de la noche a la mañana una situación vinculada í­ntimamente con los enormes niveles de pobreza.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

He dicho que cualquier gobierno más preocupado por la situación de los niños que por su imagen, hubiera aprovechado la crisis para destacar el drama cotidiano y la necesidad de enfrentarlo con medidas urgentes y contundentes. Un régimen socialdemócrata de verdad hubiera entendido que era el momento de confrontar a una población indiferente con la dramática realidad para provocar intenso debate sobre las condiciones de injusticia que prevalecen en nuestro paí­s.

Desde afuera vemos ahora que la mayorí­a de publicaciones que se hacen sobre el hambre en Guatemala destacan el contrasentido de esa situación en un paí­s que no puede considerarse pobre por la riqueza de sus recursos naturales. Porque hay paí­ses en donde el hambre aprieta pero se reconoce que son naturalmente pobres por la carencia de recursos, situación que no es la nuestra. Desde la publicación que hizo The Economist hasta las que recientemente hacen otros medios que se han ocupado de informar de lo que está ocurriendo en Guatemala, todos coinciden en que es una vergí¼enza que ocurra hambruna en un paí­s rico como el nuestro y señalan que la causa principal es la inequidad existente. Y al final de cuentas todos terminan repasando el dato de que nuestra tasa tributaria no llega ni siquiera al diez por ciento del Producto Interno Bruto, lo que se considera desde cualquier parámetro que se quiera utilizar, absolutamente insuficiente para cubrir las necesidades sociales.

Quienes históricamente se han opuesto al pago de impuestos y encuentran en la corrupción administrativa el pretexto ideal para no cumplir con sus obligaciones tributarias, además de la oportunidad para hacer negocios con el mismo Estado, siguen sosteniendo que el impuesto es un despojo que se hace al particular. Pero la historia universal demuestra que hay una í­ntima relación entre el desarrollo de los pueblos y el nivel de contribución de los ciudadanos para financiar ese desarrollo en cuestiones tan importantes como educación, salud, infraestructura, justicia y seguridad.

Es cierto que la desnutrición es crónica en el paí­s y que los casos de muertes por hambre son acaso estadí­sticamente poco relevantes, aunque desde el punto de vista ético y humano sean absolutamente indignantes. En ese sentido, si hablamos de estado de Calamidad, lo debemos referir a nuestro pasado y a nuestro futuro, en tanto no tengamos la capacidad ni la voluntad polí­tica de atacar más seriamente el problema de la pobreza.

Hoy hay un enfoque diferente, por cierto, pero su carácter de politiquerí­a clientelar termina desvirtuándolo y a ello se suma la resistencia incomprensible a transparentar los datos. Pero el problema del hambre, o crisis alimentaria como quiere el Gobierno que se diga, está allí­ y tristemente, sigue cobrando vidas y condicionando a futuras generaciones.