Estado corrupto, impune y cómplice


En el matutino Prensa Libre se publica hoy

una nota sobre el efecto que la percepción de corrupción puede tener económicamente en el Estado. Sin embargo, consideramos que si de etiquetarlo se trata, hay que recalcar que junto a esa impresión de corrupción se le tiene que poner la etiqueta de impunidad y complicidad a nuestra Guatemala.


Es corrupto un Estado que otorga beneficios que no corresponden a personas que participan en la actividad pública y que elimina responsabilidades a otros por intermedio de funcionarios y autoridades que dan un manejo discrecional a la cosa pública. En Guatemala cobrar sin hacer, en el caso de la obra; pagar «mordidas», en el caso de la administración y concesión; o no pagar lo correspondiente, en el caso de los impuestos; es una tradición que nos convierte en una sociedad de prácticas corruptas.

También somos un Estado impune, en el que no se cuenta con la capacidad de perseguir los delitos básicos que permiten la vida en sociedad. La impunidad es la imposibilidad, a pesar de los esfuerzos, de aplicar las leyes vigentes y, en nuestro caso, simplemente las leyes no están al servicio del ciudadano y por ello terminamos confundiendo castigo con justicia.

Sin embargo, somos más un Estado cómplice porque no es por incapacidad que no se combate el crimen. Es simplemente porque las estructuras del Estado han sido cómplices en la comisión de delitos directamente en algunos casos, cómplices en la falta de reacción para resolverlos y cómplices porque ha habido sociedad entre autoridades y ciudadanos para violentar la ley. Es un Estado en que no hay autoridad, no hay legalidad y los ciudadanos se acostumbran a «ver para el otro lado».

El resultado de estas tres caracterí­sticas no se puede medir únicamente en el crecimiento económico. Más que eso se refleja en que tenemos un paí­s con graví­sima situación de pobreza de sus ciudadanos que siguen sobreviviendo ante el hambre; una sociedad que entiende que los muertos se miden por quincena diaria mientras que las sentencias se hacen por quincena mensual. Y mientras que la culpa de esta situación se les puede echar a muchos, somos nosotros, los ciudadanos, los que tenemos que asumir la propia por permitir que se llegara a este punto, someternos a un estricto análisis sobre el papel a jugar en la solución y empezar a soñar con una sociedad que nos permita, finalmente, vivir bajo una sistema de justicia que cumpla con la prontitud y la universalidad.

Mientras ello no suceda, la suma de corrupción, impunidad y complicidad, está terminando con una sociedad que en muchos casos no busca ser parte de la solución, sino de los beneficiados de estas prácticas que nos condenan.