Espiritualidad maya


Espiritualidad maya, una historia, una fuerza, su espiritualidad es la vida de un pueblo oprimido.


Nuestros hermanos árboles nos dan alimento, sombra, calor, cobijo, herramientas, música y lengua, por ellos nos hablan los vientos y el agua, también la tierra y el fuego, allí­ pronuncian los pájaros sus voces innumerables y los insectos sus zumbidos; nos regalan el perfume del ocote o del copal con que se inspiran nuestros cantos y oraciones; y nos regalan la belleza maravillosa de sus flores y sus frutos, placer y medicina; son sagrados, nos enseñan cómo está vinculado todo el universo, la vida y los seres humanos, por ellos comenzamos a pronunciar las primeras palabras, porque sin el aire que nos dan no podrí­amos respirar; también del sueño de los árboles se alumbra el maí­z, porque es cuidado por sus sombras, que son los ojos de los guardianes.

En sus raí­ces y en sus ramas se alojan y pasean los distintos animales que nos resguardan, los animales de la oscuridad y los de la claridad, los del dí­a y los de la noche, los de la luna y los del sol.

El hermano árbol ceiba es nuestro abuelo y abuela, allí­ recoge los espí­ritus de nuestros antepasados para que no se alejen, por él tienen memoria y se alimentan cada uno de sus hijos e hijas, allí­ nace la vida y se apaga y vuelve a encenderse, allí­ danza eternamente el ritmo hueco del tambor para apagar y encender en color distinto las huellas de la vida, sea blanco al norte, sea amarillo al sur, sea negro al poniente, sea rojo al oriente, sea verde al centro, sea azul alrededor y junto a la madera, porque de agua y de cielo está hecho el árbol sagrado de la vida, pedazo de tierra que penetra el corazón de la montaña y se enciende cuando el águila solar desciende en él cada mañana.

Un árbol que está bien arraigado y profundo, puede desarrollarse mejor y dar mejor sombra y volver a dar frutos en abundancia para muchas generaciones, tomando en cuenta la calidad y fertilidad de la tierra en donde está sembrado y los cuidados que se le da.

La historia nos hace crecer, y nos enseña a cuidar nuestro patrimonio cultural espiritual, nos hace pensar y sentir que es vital para la vida de un pueblo que sufre y lucha por su futuro mejor.

Desde que me acuerdo, en mi infancia se practica la ceremonia del maí­z, de los manantiales, para la siembra la invocación del viento para que no dañe los cultivos, los cerros más altos de la región en donde vivimos con nuestros padres aunque ha habido muchas dificultades en su proceso seguimos practicando y enseñándoles a nuestros hijos y a las generaciones venideras para una mejor unidad y convivencia en el futuro venidero.

Nuestros ancestros mayas practicaron y cultivaron sus creencias religiosas para poder subsistir y poder tener y mantener su fuerza y no ser derrotados por sus enemigos, mantuvieron así­ una imagen y su poder, en la ceremonia religiosa, significa invocar a un ser superior o un dios que a su manera de ver las cosas si existen, aunque nunca supieron que existí­a el Cristianismo como en la actualidad, pero a través de la observación de las cosas que existen en la naturaleza, el movimiento del espacio en sí­, fueron descubriendo momentos especiales, así­ como el tiempo de la siembra para la práctica de la agricultura y el estudio del espacio mismo.

Esto les hizo pensar múltiples cosas que a mi manera de ver, para ellos existen dioses de diferentes categorí­as y puestos, cada uno de ellos tienen sus funciones diferentes y se practican diferentes ceremonias para cada uno, por supuesto que los sacerdotes juegan un papel muy importante, dentro de la organización religiosa y la organización social y económica.

Pero la ceremonia más grande, que creo que es la práctica más grande en la espiritualidad humana en muchas regiones del mundo, es a la MADRE NATURALEZA, LA MADRE TIERRA, desde luego que estoy hablando desde antes de Cristo.

La espiritualidad maya y la de los demás pueblos indoamericanos no ha desaparecido, porque esta espiritualidad es la forma particular e histórica en que se ha manifestado el espí­ritu en nuestros pueblos indios, esta espiritualidad es una manera de vivir y escuchar, de ver y comunicar, de darse cuenta y apropiarse las experiencias espirituales únicas e irrepetibles que las comunidades autóctonas han tenido a través de su historia, experiencias que las han llenado de vida y alegrí­a, de sacrificio y solidaridad, de esperanza y verdad, de convivencia pací­fica y armoniosa, de justicia y dignidad.

La espiritualidad maya e indoamericana no es sólo la creencia antigua y la costumbre tradicional, sino sobre todo, la actitud de agradecimiento permanente a la vida y la comunicación con la naturaleza, el universo y todos los seres vivos. La espiritualidad maya e indoamericana no ha olvidado el agradecimiento principal a la Madre Tierra, porque los seres humanos somos sus hijos e hijas no somos sus dueños, no somos nosotros los que tejemos el hilo de la vida sino que es ella la que la ha tejido, junto al Padre Sol, que con su calor, su luz y su espacio siembra en ella cada hijo e hija, por eso, somos hijos e hijas de la tierra y del sol, provenimos del corazón de la tierra y del Corazón del Cielo y corremos la misma suerte que nuestro padre y madre, por eso los respetamos, los cuidamos y les agradecemos la vida.

NUESTRO ANTEPASADO NO LEJANO Y SU RESISTENCIA

Durante más de 500 años la civilización occidental no ha respetado la tierra, los árboles, la diversidad de plantas, animales, cultivos, climas y culturas, no ha respetado los espí­ritus de nuestros antepasados ni los suyos propios que se guardan en cada elemento de la naturaleza donde se vive, por eso no aman la tierra donde viven, ni siquiera la tierra de la que están hechos, porque no conocen los espí­ritus que viven en ellos(as).

Los occidentales desde que pisaron América han saqueado, asesinado, destruido y vuelto mercancí­a cuanta riqueza natural y humana han encontrado a su paso, contaminándola y convirtiéndola en un desierto lleno de miseria material y soledad espiritual como en ninguna edad indí­gena existió.

Su religiosidad ha sido ajena a la espiritualidad de la tierra y la naturaleza, no la conoce, porque no se ha puesto a escuchar su propio corazón ni el de sus hermanos y hermanas, sino sólo las razones del dinero y del poder, sólo escucha sus ansias enfermas de dominio sobre los cuerpos, mentes y corazones de los más débiles, de los más pobres, de los sin rostro, sin nombre, sin palabra y sin derechos.

El occidental no escucha el corazón de la tierra que se muestra en comunidad, porque vive solo, aislado del dolor y las necesidades de sus hermanos y hermanas; el occidental no escucha el corazón del cielo que brota en el jardí­n de toda la humanidad, llamada ahora diversidad cultural, porque sólo cree en «el dios de su cultura», no sabe que al que llama Padre es Padre de todas las culturas, no sólo de la occidental.

Por eso, nuestros pueblos indios desde hace más de 500 años, aunque fueron vencidos material y técnicamente, no lo fueron en lo espiritual, su sabidurí­a ancestral les permitió reconstruir sus fiestas religiosas en comunidad, a veces en secreto y otras abiertamente, pero supieron conservar su propia espiritualidad en los ritos, imágenes y teologí­a católica y occidental, porque supieron dialogar en lo interno con la cultura del invasor, se quedaron con el Espí­ritu Común a toda la humanidad sin perder su propio Espí­ritu, lo mismo que hicieron pero al revés, aquellos religiosos y religiosas occidentales nobles de corazón, que se atrevieron a escuchar y a defender a las personas y culturas indias.

La historia y nuestro antepasado nos ha enseñado muchas cosas que nos han heredado la sabidurí­a de su espiritualidad, y que por medio de esa organización espiritual que tuvieron y que se sigue practicando en la actualidad es de mucha importancia para la sobrevivencia en la actualidad por intereses ajenos a nuestra cultura, de alguna manera nos ha enseñado que se tiene que creer en algo para poder seguir adelante.