El mundo ya no es como en la Guerra Fría del siglo pasado, en la que dos superpotencias militares necesitaban equilibrar su poderío y el potencial daño del uno sobre el otro, haciéndole saber a cada cual de su capacidad en arsenal nuclear. Esos eran años en los que el mundo estaba partido en Este y Oeste de acuerdo a la adscripción ideológica; la maquinaria mediática de uno, creó un imaginario colectivo en el que era visto como el bueno, la tierra de éxito, brindador de libertad y derechos; y el otro era el lado oscuro de la fuerza. Una de estas potencias se convirtió en imperio hegemónico en tanto que disuadió al mundo por diversos medios sobre todo bélicos, sobre lo que serían las reglas del juego que el resto de países debían seguir; abrazó el capitalismo como sistema-mundo llegando a ser en tanto Estado, una de sus mayores instituciones en el marco del moderno sistema mundial que empezaría su declive en la segunda mitad de ese siglo. En este sentido vale una puntualización de rigor, la denuncia de llamar imperialismo estadounidense, fusionando de facto al país con el capitalismo como una sola cosa, fue un error estratégico que daba por descontado a esta nación, como la única leviatánica en el contexto mundial. El sistema de relaciones en el mundo ha sido capitalista en tanto funciona esencialmente sobre la premisa de acumulación que no se detiene y que mercantiliza todo.
En aquellos años cada potencia desarrolló grandes aparatos de espionaje a niveles de sofisticación inimaginables, y cuyo fin era a través de la baja intensidad, infringir las fronteras del oponente para conocer sus planes militares y políticos. Hoy el mundo es multipolar, y el imperio «vencedor» tiene relativizada su hegemonía que se presume sostenida ya solo por lo militar, nuevos actores en la escena mundial también quieren sobreponerse o por lo menos participar en la nueva lógica de la economía mundial con sus nuevos botines, los recursos naturales, en lo que parece será la batalla final por el planeta. La disuasión militar ya no es el elemento que define la balanza, las guerras ya no son necesariamente bélicas, y de características convencionales están transitando a guerras especializadas en las que no están claros ni los oponentes ni los motivos.
En medio de esta nueva realidad mundial que nos arrastra vertiginosamente, descubrimos con asombro la denuncia del servicio secreto estadounidense al develar el funcionamiento de una célula de espías con supuesta vinculación al Servicio de Inteligencia Ruso, acusados hasta ahora, solo de ser agentes extranjeros y quizá de lavado de dinero; la denuncia del grupo incluye personas de origen latino denunciadas de tratar de «americanizarse» a través de hábitos como tener familia, llevar a los hijos a partidos de deporte, etc., ¿acaso no es esa la manera de adaptación de cientos de migrantes, absorbidos por la búsqueda del sueño americano? También se reveló la utilización de métodos y elementos característicos del espionaje de siglo pasado como tinta invisible, pasaportes falsos, intercambio de maletines idénticos, lo cual resulta risible de creer en tiempos de sofisticación tecnológica; así como ya no se necesita el soldado en el campo de batalla, tampoco es rentable ya el espía en el territorio ajeno. Este capítulo de película hollywoodense al estilo «Tírese después de leer» sucedió recién concluido el encuentro Obama-Medvedev. El decaimiento del imperio sucederá inevitablemente por sus mismos agentes, los llamados halcones negros, quienes reticentes y ciegos por su propia alienación fundamentalista, tratarán por cualquier medio conspirativo, conservar el estatu quo, aferrados a la idea histórica en la que un imperio imponía su visión de la realidad. Así como un camión tarde en frenar por la masa de su composición, aún veremos a América tomando su tiempo en detenerse.