Principio transcribiendo literalmente el comentario que envió al portal de La Hora el lector Walfre García, al referirse a mi artículo del sábado anterior titulado “El laberinto hacia la ingobernabilidad”, en el que abordé el desgaste de la clase política y el descrédito de los dirigentes de las organizaciones de esa naturaleza a causa de conductas alejadas de elementales principios de honestidad, responsabilidad y legitimidad, sepultando de esa forma alguna ligera confianza del electorado en el hipócrita sistema democrático representativo vigente en Guatemala.
Los conceptos del señor García son sencillos, sin ínfulas de contener excelsa sustancia doctrinaria; pero, según mi parecer, reflejan el pensamiento y el sentimiento de la mayoría de los decepcionados guatemaltecos, en primer lugar, de los aficionados al futbol, y en segundo término, pero no por ello relegado a demeritoria posición, de quienes acuden a las urnas para depositar su voto en cada evento electoral
Dice así: “Cada cuatro años los guatemaltecos soñamos con ir al Mundial. Comienzan las eliminatorias y todo es alegría. La euforia nos da la esperanza que en esta vez sí llegamos. Pero cada cuatro años perdemos y regresamos a la realidad”.
Añade “Igual ocurre con las elecciones generales. Cada cuatro años, tenemos la esperanza que el nuevo gobierno sí cambiará las cosas. Nos prometen (los candidatos) que terminará la corrupción, que no aumentarán los impuestos, que habrá mayor seguridad pública. Hay esperanza y alegría. Pasan las elecciones, toma posesión el nuevo gobierno y tenemos de nuevo lo mismo de lo mismo. Políticos ladrones, corruptos… y a esperar otros cuatro años para ver si la esperanza se realiza”.
Otro lector de mi columna no abunda en disquisiciones acerca del tema. Don Walter Pimentel brevemente sentencia: “Es de locos esperar resultados diferentes haciendo lo mismo de siempre”, o sea que si ya hemos vivido la experiencia que cada vez que se convoca a elecciones (y actualmente sin que proceda a ese llamamiento formal), muchos guatemaltecos se alborotan y en el tramo final de las campañas de proselitismo nuevamente se convencen que ¡Ahora sí! sus candidatos cumplirán con sus ofertas.
Pero se realizan los comicios, los aspirantes a los cargos de elección popular, desde los más modestos, como pretendientes a concejales en marginados municipios, hasta los que anhelan la Presidencia y la Vicepresidencia de la República, pasando por los que se afanan por convertirse en diputados al Congreso, asumen sus cargos, se olvidan de sus propuestas… y vuelta la yunta al trigo, como dice otro lector.
Sin embargo, los guatemaltecos son fáciles de engañar, su memoria colectiva es sumamente débil y es porfiada su confianza, por más que se decepcionen cada cuatro años y no refrenan sus maldiciones contra todos los políticos devenidos en funcionarios de instituciones públicas.
Este es el escenario actual en casi todas las esferas e instancias del Estado. Editorialistas, periodistas de opinión y analistas suelen coincidir en que la fórmula augusta para salir de ese círculo vicioso es proceder a reformar la Ley Electoral y de Partidos Políticos, para que, entre otros fines, los electores tengan la lejana posibilidad de elegir (y no solo votar) por candidatos idóneos, es decir, honestos, capaces, fieles representantes del pueblo; sin detenerse a pensar con alguna generosidad que los llamados a realizar las modificaciones parciales o totales serían los mismos individuos a los que se les señala de incurrir en vicios, defraudaciones, estafas políticas, engaños y pare usted de contar.
Confían en que sean coyotes los que reparen los rediles de rebaños de ovejas.
(El suegro de Romualdo Tishudo, veterano cacique político y repetitivo diputado, le dice al cardiólogo: -Estoy preocupado porque cuando tengo sexo escucho silbidos. El médico replica: -¿Y qué quería oír a su edad? ¿Aplausos, como si estuviera en un mitin?)