Esperanza para las ví­ctimas


Esperanza. Eloy Moran es una de las ví­ctimas de los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Tres años después buscan encontrar justicia.

Heridos en los atentados islamistas del 11 de marzo de 2004 en Madrid, íngeles Domí­nguez y Eloy Morán esperan «poder por fin pasar la página» del dí­a más negro de su vida con el juicio de los 29 acusados que se abrirá el jueves en Madrid.


Los familiares de los 191 muertos y 1.824 heridos en las explosiones de los trenes suburbanos madrileños se aprestan a afrontar una dura prueba que les obligará a revivir durante varios meses los momentos más trágicos de su vida.

«Como en cada conmemoración, las televisiones y los periódicos van a volver a poner las imágenes. Es muy duro para las ví­ctimas», explica íngeles, de 53 años, presidenta de la Asociación de Ayuda a las Ví­ctimas del 11 de marzo.

El juicio «nos permitirá poner cara y nombre a los culpables» para poder «por fin pasar página», espera.

Iba sentada en el sexto vagón de uno de los trenes cuando sintió la sacudida de la primera bomba, en la parte delantera del tren. No recuerda nada de las otras tres que explotaron, una de ellas muy cerca de su asiento.

íngeles sufrió la fractura de siete costillas y perdió el 60% de su capacidad auditiva. Recién tres años después acaba de volver a su trabajo de empleada administrativa en un hospital, tras haber sido sometida a dos operaciones para reconstituirle los tí­mpanos perforados.

«Espero poder quitarme la etiqueta de ví­ctima», dice Eloy Morán, de 58 años.

El viajaba en el mismo tren que íngeles. A raí­z de la deflagración perdió un ojo y la capacidad auditiva de un oí­do.

Aquel jueves, hacia las 07H40, como todas las mañanas, acababa de guardar su periódico. «Me quedaban tres minutos para llegar, estaba tranquilo», recuerda este hombre calvo y serio.

«Entonces el tren se detuvo y hubo una explosión brutal delante de mí­. Recibí­ un fuerte golpe en la cabeza. Sentí­ que mi cabeza se hinchaba como un globo. Pensé que iba a estallar, que era el fin».

Eloy y Angeles se consideran con suerte cuando se comparan con quienes perdieron un brazo o una pierna. Para ellos, la investigación no ha sido suficientemente exhaustiva y todaví­a hay puntos oscuros.

«Queremos comprender cómo pudieron jugar así­ con nuestras vidas», explica Eloy al referirse a los 29 acusados. «El juicio tal vez nos permita conseguir respuestas a numerosas preguntas», insiste Angeles.

Pilar Manjón, presidenta de la Asociación 11-M, afectados por el terrorismo, la más representativa de las entidades, quiere «que se haga justicia» para «poder reconstruir mi vida».

Manjón, que perdió a su hijo de 20 años en unos de los cuatro trenes atacados, se hizo famosa el 15 de diciembre de 2004 con una emotiva comparecencia ante la comisión de investigación parlamentaria sobre los atentados, entonces atascada en una serie de incesantes luchas partidistas entre la izquierda en el poder y la derecha, que gobernaba cuando se produjeron los ataques.

Para muchas ví­ctimas, las secuelas todaví­a pesan, sobre todo en el aspecto psicológico.

Eloy no ha vuelto a subirse a un tren y todaví­a no se siente capaz de volver al trabajo. «Todaví­a tengo problemas de concentración y me cuesta dormir. Me pongo triste cuando pienso que el 10 de marzo de 2004 fue mi último dí­a de trabajo, me encantaba mi trabajo», dice este ex empleado público.

Angeles quiere «intentar ver el lado positivo de las cosas. La vida puede reservarnos nuevas oportunidades», afirma y menciona al «montón de amigos» que se hizo entre las 500 ví­ctimas afiliadas a su asociación.