Resulta que el ayudante asesinado en la zona 5, era sobrino de un compañero de trabajo. La noticia, aunque la escuchamos por la radio, no fue fácil de digerir, se necesitó de un par de llamadas y de una visita al hospital para confirmar que se trataba de esa persona.
eswinq@lahora.com.gt
Tendido el cadáver en una esquina cubierto de sangre. Sin necesidad de hacer una descripción tétrica, el amigo de infancia reconoció a su padre con un balazo en el pecho y su mochila con su almuerzo aún tibio en los tupper envueltos en una servilleta.
Mi amiga tardó varios días en recuperarse de su estado de shock, el día en que iría a una entrevista de trabajo al vecino país tuvo un accidente. El auto donde viajaba junto a su novio y su padre fue embestido por otro auto conducido por un tipo que regresaba, borracho, de un casino esa madrugada. Por dicha nadie murió, pero sus planes fueron suspendidos por la imprudencia de ese sujeto.
Mi amigo Carlos va cambiando teléfono celular, quizá unas seis veces, en menos de un año. Tiene tanta mala suerte que cuando menos se lo imagina se suben a asaltar el autobús y, por ir sentado en los asientos del centro, dice él, no puede siquiera esconder el bulto del aparato. En cada relevo de su celular la calidad va bajando. Recuerda que el primero que tuvo tenía muchas funciones y le había costado mucho dinero, éste último es uno marca patito y según él si lo llegasen a asaltar de nuevo, a los ladrones no les interesará mucho llevárselo. Y a él le dolerá menos volver a comprar otro.
La tienda donde compraba casi ritualmente un jugo de manzana por las noches ya no existe. La señora me contó el otro día que prefirió cerrarla y buscar otra forma de ganarse la vida. Cuatro llamadas fueron suficientes para tomar esa decisión. El sujeto al otro lado de la línea parecía muy dispuesto a causarle daño si no cumplía con el pago exigido. «Mire usted, es mejor padecer de cobardía que terminar con los pies fríos», no tenía el dinero para pagar la extorsión y mucho menos tuvo valor para denunciarlo porque «pudo ser peor».
Mientras hacía fila en el supermercado me topé con una mujer con la que presenciamos cómo un hombre corría arrebatándole la bolsa a una anciana en la calle. Un cruce de miradas entre nosotros bastó para descifrar lo que teníamos en mente: «qué maldito». La anciana no pudo hacer nada, sino sentarse un momento en las gradas y esperar que le pasara el susto y a nosotros esperar nuestro turno en la caja. O quizá nuestro turno para ver cuándo nos tocará ser presas de esta ola desatada de delincuencia. Estamos esperando turno de ser los protagonistas en este escenario violento y sin protección.