En sus 15 hectáreas de buenas tierras, Ramón, un campesino privado de las afueras de La Habana, espera de Raúl Castro una reforma que considera esencial: la libertad de decidir qué cultivar, aunque cumpla con la cuota obligatoria para el Estado.
Es uno de los miles de pequeños propietarios cubanos que garantizan cerca de un 70% de la producción agrícola del país con menos de un tercio de las tierras cultivables -el resto está, bajo una modalidad u otra, en manos del Estado..
Las primeras medidas de redistribución de las tierras ociosas -más de la mitad de la superficie cultivable- y de descentralización en el agro decididas por el Gobierno de Raul Castro «todavía no han llegado aquí», afirmó en su pequeña casa cerca de Gabriel, un poblado agrícola a unos 40 km al suroeste de la capital.
El nuevo presidente cubano se propone redinamizar la insuficiente producción agrícola, en momentos en que Cuba importa el 84% de los alimentos, a precios disparados en el mercado mundial.
Cada año, en julio, al igual que otros 146 miembros de su Cooperativa de Créditos y Servicios Reforzada (CCSF), Ramón debe reelaborar su «programa de producción»: tantas hectáreas de papa, tantas de boniato, tantas de zanahorias, en total siete productos de huerta.
Pero imposible discutir: esos cultivos son impuestos. Le gustaría dejar de sembrar papas, pues aunque el Estado duplicó el precio de compra -a 1 dólar el saco de 46 kgs- también aumentó un 35% el precio de la semilla. El de zanahorias es pagado a 70 pesos cubanos (2,8 dólares).
«Ah, si yo pudiera cultivar lo que yo quisiera, obviamente viviera mejor», asegura.
«Pero el Estado no quiere que uno se enriquezca», dice su hijo Eduardo, de 34 años, que trabaja la tierra con él.
Lo ideal para Ramón sería poder dedicar una parte de sus tierras a los cultivos exigidos por el Estado: «está claro que hay cultivos indispensables que no se pueden dejar caer», dice, pero a cambio que le permitan sembrar lo que quiera en el área restante.
Para que cultive papa, la CCSF le proporciona a mitad de precio el combustible, un asunto medular en la labor del campo, explica Ramón. «Para producir más, el problema número uno, es el combustible».
Su tractor, un Ford de 1948, todavía funciona después de incontables e ingeniosos remiendos mecánicos. El otro, el soviético, está varado en una esquina de la finca, herrumbroso e inservible desde hace años.
Las 1.500 grandes cooperativas estatales, las «Unidades Básicas de Producción Cooperativa» (UBPC), que reciben una ayuda considerable del Estado y explotan un 42% de las tierras cultivables, son para él un fracaso: «En mi opinión, no más del 10% son realmente rentables», sostiene.
Aunque ve con buenos ojos las medidas de descentralización adoptadas por Raúl Castro -las autoridades municipales tomarán ahora las decisiones en materia de agricultura-, teme también aquí la aparición del «sociolismo», como llaman los cubanos a la práctica de favorecer a los amigos, en perjuicio de terceros.
«Los responsables locales del Partido Comunista que están también a la cabeza de las cooperativas podrían convertirse en nuevos «caciques», y favorecer a quien le convenga», estimó.
Desde hace 10 años este ex obrero decidió dedicarse a cultivar las tierras de la familia. En años de buena cosecha puede ganar hasta el equivalente de 8.000 dólares al año; pero basta el paso de un ciclón para que eso caiga a 2.000.
«Y como productor privado, no tengo ninguna jubilación», lamentó, antes de estallar en risa con la idea de pasar un fin de semana en uno de los costosos hoteles de Varadero -principal balneario de Cuba-, ahora abiertos a los cubanos.