Espejismo olí­mpico


En estos dí­as, Guatemala ha sido la sede de la 119 Sesión del Comité Olí­mpico Internacional. Para el refundador de las Olimpiadas Modernas, barón Pierre de Coubertin, la participación deportiva reglamentada significa afirmar e insistir en la interiorización de la idea de la autoridad legí­tima, ligada al reconocimiento de una jerarquí­a natural. O sea, se utiliza el deporte para la aceptación de las desigualdades en el marco de una sociedad cohesionada en la búsqueda de un ideal común y se recurre a él para convertirlo en instrumento positivo de integración social.

Marco Vinicio Mejí­a

En esta época de frenesí­ mediático resulta oportuna la relectura del libro Los Señores de los Anillos, escrito por los periodistas británicos Vyv Simson y Andrew Jennings, y publicado en español por el Grupo Editorial Norma. Este documento excepcional revela lo que no vemos en la televisión ni leemos en los periódicos sobre el llamado «movimiento olí­mpico».

Simson y Jennings ponen en evidencia que el «movimiento olí­mpico» se ha desarrollado a la par de la evolución de principios racistas, xenófobos y sexistas. También confirman que el mito olí­mpico es una «gran tapadera» del inmenso negocio de las multinacionales de la imagen, el deporte, la industria farmacéutica y de un selecto y reducido número de miembros del Comité Olí­mpico Internacional. Profesionalismo, juego limpio, encuentro mundial de pueblos y culturas… todos son elementos que enmascaran el dopaje, los privilegios turí­sticos y económicos y la distorsión del idealismo competitivo.

Al margen de dirigentes y mercaderes, subsisten los y las atletas que buscan en las Olimpí­adas una fuente de belleza y pureza, sin percatarse de que las justas planetarias adquirieron cada vez más un cariz de ostentación y de antivalores democráticos. El deporte olí­mpico moderno se transformó en un mundo cerrado, donde las decisiones se adoptan a puertas cerradas y que ha creado un estilo de vida fastuoso para un pequeño cí­rculo de funcionarios. En lugar de estimularse la participación deportiva de las masas como soporte social del deporte de elite, se manejan cantidades fabulosas de dinero que no están sometidas a escrutinio público.

Lástima grande que el periodismo se ha enfrascado en la actividad atlética y no ha concentrado su mirada en la avaricia y la ambición de hombres vestidos en trajes elegantes, quienes son los protagonistas ocultos del espectáculo. Al final, deportistas y espectadores somos ví­ctimas de la propaganda. Quitémonos las legañas de los ojos y escuchemos al niño de retinas limpias, el único capaz de observar durante el desfile del emperador que éste no lleva ningún traje, mientras todos lo aplauden por su nueva indumentaria.