Esencia de la música de Richard Strauss


celso

Continuamos este sábado con la música de Richard Strauss y como homenaje a Casiopea, esposa dorada, camino de eternidad, flor horaria que crece eterna en el centro de mi alma, suave lucero álfico que brilla en nuestra casa-ancla. Campanada de estrellas que se hunde en mi vida cotidiana cual raíz de sauco.

Celso A. Lara Figueroa
del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela


Decíamos en el artículo anterior que la acción de Guntram transcurre en Alemania, durante el siglo XIII.

El primer acto representa el claro de un bosque, cerca de un lago. Los campesinos, sublevados contra sus señores, han sido aplastados. Guntram y su maestro les distribuyen limosnas. Los vencidos huyen a través del bosque y Guntram queda solo, abandonado su pensamiento a la alegría de la primavera, al inocente despertar de la naturaleza. Pero la idea de la miseria que se oculta bajo esa belleza lo oprime. Piensa en el hombre pecador, en el sufrimiento humano, en la guerra civil. Agradece a Cristo por haberlo llevado a ese desdichado país, besa la cruz y decide ir al antro del pecado, a la corte del tirano, para llevarle la revelación divina. En ese instante aparece Freihild, esposa del duque Roberto, el más cruel de los señores. La piedad que le inspiran su dolor y su belleza se convierte, involuntariamente, en un profundo amor cuando reconoce en ella a la princesa bienamada del pueblo, la única bienhechora de los desdichados.

En el segundo acto, los príncipes celebran su victoria, en el castillo del duque. Después de las enfáticas adulaciones de los Minnesanger oficiales, Guntram es invitado a cantar. Descorazonado de antemano por la bajeza de esos hombres, seguro de que hablará en vano, vacila y está a punto de irse, pero la tristeza de Freihild lo retiene y canta para ella. Su voz, calma y mesurada, dice la melancolía que siente en medio de esa fiesta de la fuerza triunfante. Se refugia en sus sueños; ve brillar en ellos la dulce figura de la paz. La describe amorosamente, con una ternura juvenil que va poco a poco exaltándose cuando pinta el cuadro de la vida ideal, de la humanidad libre. Luego describe la guerra, la muerte, el desierto y la noche que se abaten sobre el mundo. Se dirige directamente al príncipe; le señala su deber y la recompensa, que es el amor del pueblo; lo amenaza con el odio de los desdichados arrojados a la desesperación; exhorta finalmente a los señores a reconstruir los pueblos, a libertar los prisioneros, a socorrer a sus súbditos.

Sólo el duque Roberto que ve el peligro de esas libres expresiones ordena a su gente que aprese al cantor, pero los vasallos se han puesto de parte de Guntram. En plena lucha llega la noticia de una nueva revuelta popular. Roberto llama a las armas. Guntram, que se siente apoyado por los que lo rodean, hace detener a Roberto. El duque se defiende; Guntram lo mata. En las escenas siguientes no vuelve a despegar sus labios; deja caer su espada; permite que sus enemigos reconquisten su autoridad sobre la multitud.

El tercer acto, que transcurre en la prisión del castillo, es inesperado, vacilante y muy curioso. Se advierte que el pensamiento del poeta ha sufrido un trastorno, una crisis moral que lo agitaba todavía mientras escribía, una perturbación que halló el modo de apartar; pero la nueva luz, hacia la cual orientará en lo sucesivo su vida, brilla con toda claridad. Strauss había avanzado demasiado en la composición de su obra para escapar al renunciamiento neocristiano que debía poner fin al drama; no hubiera podido evitarlo sin alterar completamente los caracteres.