La Oruga y Alicia se estuvieron mirando un rato en silencio: por fin la Oruga se sacó la pipa de la boca, y se dirigió a la niña en voz lánguida y adormilada.
–¿Quién eres tú? –dijo la Oruga.
No era una forma demasiado alentadora de empezar una conversación. Alicia contestó un poco intimidada:
–Apenas sé, señora, lo que soy en este momento… Sí sé quién era al levantarme esta mañana, pero creo que he cambiado varias veces desde entonces.
Lewis Carroll /Alicia en el país de las maravillas
Tenía un amigo que me recriminaba, de forma afable, mi empeño de escribir en difícil (creo que esa fue la expresión exacta que utilizó). No entendía este amigo a santo de que escribía tan enrevesado, empleando palabras domingueras. Nunca pudo comprender el porqué si yo hablaba con la rusticidad propia de los camioneros me empecinaba en escribir tan rebuscado, en pocas palabras en difícil.
El reclamo siempre me dejó atónito. Por un tiempo sentí algo de frustración ya que este amigo, que se consideraba uno de mis pocos lectores, no me entendía ni papa, sin mencionar que a lo mejor se aburría mortalmente.
Estos equívocos siempre me han acompañado. También sucede que mis amigos de barras poéticas recorridas no se explican mi interés por la mal llamada música clásica, nunca han entendido como puedo compaginar a Daniel Santos con las operas de Georg Friedrich Hí¤ndel o a Carmen Delia Dipini con Felicity Lott o Ute Lemper. Incluso estaban sorprendidos al enterarse que tuve un programa radial sobre los grandes compositores clásicos. Para campear las burlas y los sarcasmos argumentaba que para comprender lo grande es necesario acercarse a lo pequeño, que a veces el camino se hace de lo sencillo a lo complejo.
La crítica de mi amigo sobre mi estilo abstruso siempre me colocó en ese dilema: escribir para las masas o seguir golpeando la hojalata de las palabras con los medios disponibles a mi alcance, con mis ignorancias a cuesta y ese bagaje portátil de lecturas que tenía como buen autodidacta. Por supuesto opté por lo segundo.
Los escritores, consagrados o no, soportan de malas maneras las críticas. Si la misma es positiva piensan que alguna ponzoña debe estar escondida en algún lado; si la crítica es negativa enseguida sale a relucir la envidia y otras bajeza capitales de las que son capaces aquellos que los adversan.
Mucha gente tiende a confundir al escritor con su escritura, a traspapelar al novelista con sus personajes. Don Quijote tiene más humanidad y biografía que Cervantes. Al escritor Conan Doyle le preguntaban por Sherlock Holmes como si se tratara de una persona real que el escritor conocía muy bien. El escritor es tan cambiante como Alicia en el País de las maravillas. Al levantarse es una persona y al terminar el día es un ser diametralmente distinto. Quizá hoy piense de una manera, pero ya mañana está en el acera contraria.
Jorge Luis Borges fue/es admirado por sus ficciones y ensayos, pero cada vez que tenía tribuna pública decía un montón de sandeces realmente inoportunas y odiosas que le granjearon muchos detractores y de seguro influyeron para que no se le otorgara el Nobel. La literatura no está constreñida con hacer o decir cuestiones políticamente correctas, o en el peor de los casos, expresar esas babosadas luminosas y de autoayuda que encanta a la mayoría. La literatura está lejos, por suerte, de ser una quincallería de bisuterías coloridas para decorar el feo mundo que nos tocó en suerte. Mucho menos es un bálsamo para curar los dolores éticos del alma. La literatura tiene más que ver con la belleza, con esa estética de las palabras organizadas en función de la memoria, la creatividad y la imaginación.
Claro que el escritor también trata de expresar a través de sus libros las taras del mundo, sus abominaciones políticas e ideológicas, en ocasiones esto lo pierde o lo desvía de su quehacer, no obstante todo ello suma, para bien o para mal, para la gran memoria literaria de la humanidad.
Un escritor es una persona como cualquier otra, tiene tantas contradicciones y anhelos como el que más. La gente que exige tantas cosas al escritor es por lo general aquella que nunca se expone y ofrece muy poco para que la vida adquiera un poco de magia.
Lo que mi amigo nunca entendió del todo es que yo no quería escribir para hacerme popular o para redimir mis gusanos tipográficos en aras de la redención de los pueblos, loable labor que muchísimos escritores han encarado con gallardía admirable. Mis aspiraciones eran más modestas. Quería escribir para ser menos miserable (en el sentido de la miseria humana interior), menos obtuso e intolerante para con los demás. Susan Sontag escribió algo apropiado: “En primer lugar porque escribir es ejercer, con especial intensidad y atención el arte de la lecturaâ€. Escribir es una manera de leer mejor y en profundo. Lo que mi amigo ni por asomo vislumbró es que hay que leer en difícil para crecer como un árbol que se expande y da frutos hacia adentro. Un texto complejo, en cuanto a estilo y contenido, exige lectores inteligentes, lectores que estén dispuestos a que sus ramas extendidas lleguen hasta su alma no ya para que ofrezcan algo de sombra, si no más bien un poco de luz.