Escenas de guerrilla urbana en Bangkok


Disparos y explosiones seguí­an resonando hoy en Bangkok, donde los enfrentamientos con sesgos de guerrilla urbana entre manifestantes antigubernamentales y militares causaron tres muertos más, que se agregan a los 17 registrados el jueves y ayer.


Médicos trasladan a un civil herido de bala. AFP PHOTO / Nicolas ASFOURI

Por su parte, el ejército tailandés amenazó con dispersar por la fuerza a los manifestantes atrincherados en el centro de la capital si éstos no se dispersan rápidamente.

«Hay un plan para evacuar el barrio de Rachaprasong si la ocupación no termina», declaró Sunsern Kaezkumnerd, portavoz del ejército.

«Por el momento hay que esperar. Sin una preparación adecuada habrá más pérdidas humanas», agregó el portavoz.

El sábado, los enfrentamientos comenzaron al amanecer, cerca del lí­mite norte del barrio controlado por los «camisas rojas», zona donde hasta el momento no se habí­an registrado combates.

Según un residente extranjero, unos 300 militares habí­a sido rodeados en la noche del viernes por habitante del barrio, pero por la mañana todo estaba tranquilo.

En determinado momento, «varios «camisas rojas» avanzaron con una bandera tailandesa y al cabo de veinte metros, sin advertencia previa, los militares dispararon contra el grupo», contó el testigo.

«La situación actual es casi de guerra civil», dijo por su parte Jatuporn Prompan, uno de los lí­deres de los manifestantes.

«No sé cómo va a terminar el conflicto», dijo al referirse a los enfrentamientos que en los últimos tres dí­as causaron la muerte de unas 20 personas y más de 150 heridos.

En la otra punta del barrio «rojo», varios kilómetros al sur, la situación seguí­a siendo muy tensa.

También se produjeron enfrentamientos cerca de un gran mercado nocturno, donde ya se habí­an registrado choques el viernes.

Un hospital aledaño indicó que habí­a recibido los cuerpos de tres ví­ctimas.

Por la tarde, dos fotógrafos de la AFP vieron en lugares distintos tres hombres heridos de bala.

Uno de ellos, un civil que iba en una moto, en el norte de la zona «roja» y dos manifestantes en la punta sur, donde los «camisas rojas» se enfrentaron a los soldados con cócteles molotov.

«Los soldados no podí­a hacer otra cosa que defenderse de los ataques», declaró el portavoz del gobierno Panitan Wattanayagorn.

Desde el comienzo de la crisis, la más grave que haya conocido Tailandia desde 1992, han muerto 46 personas y más de 1.100 resultaron heridas.

La crisis preocupa internacionalmente.

El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, manifestó su «creciente preocupación», al igual que Singapur, China y Estados Unidos.

Los «camisas rojas» piden la renuncia del primer ministro Abhisit Vejjajiva, acusado de ilegí­timo y favorable a la elite, y elecciones anticipadas.

Después del fracaso de 10 dí­as de negociaciones, el gobierno decidió asfixiarlos logí­sticamente, privándolos de agua, electricidad y alimentos.

El ejército instaló retenes en todos los accesos al barrio «rojo», donde los manifestantes instalaron barricadas.

Los ancianos y los niños se retiraron del barrio, pero los manifestantes decidieron quedarse.

Weng Tojirakarn, uno de los lí­deres «rojos», exhortó a sus camaradas a que se desprendieran de los sí­mbolos rojos para no ser blanco fácil de los francotiradores.

MANIFESTACIONES ZONA ROJA


«No sé muy bien lo que va a pasar», reconoce Sakda Sudtae, mientras que vigila lo que ocurre frente a una barricada de bambú y de dos metros de alto, nervioso y aterrorizado como muchos manifestantes, tras los violentos enfrentamientos de los últimos dí­as en Bangkok.

«Tengo miedo, pero no tengo opción. Aquí­, todos tememos morir…», reconoce el joven de 33 años, venido del noreste de Tailandia, al igual que numerosos otros «camisas rojas».

A pocos metros de la barricada, el esqueleto calcinado de un autobús es una prueba de la violencia de los enfrentamientos del dí­a anterior, que dejaron 16 muertos, todos entre los «rojos».

De vez en cuando, el eco de los disparos, difí­ciles de localizar, retumban en las fachadas de los edificios modernos del barrio de Ratchaprasong, ahora cercado por las fuerzas de seguridad, que han recibido la orden de impedir la entrada a la zona.

A Dang Thongyu, uno de los guardias «rojos», de 35 años, no le gusta ver cómo los soldados se acercan de las barricadas. «Nos da igual estar cercados. Pero deberí­an echarse un poco para atrás. Porque, si no, la situación puede rápidamente convertirse en explosiva».

El poder espera que aumentar la presión sobre los manifestantes le permita asfixiarles y obligarles a irse. Los niños y los mayores parecen haber desertado ya el lugar, en el que quedarí­an un 6.000 «rojos», según el portavoz del gobierno, Panitan Wattanayagorn.

Pero los que quedan parecen decididos a resistir. Incluso con sus pobres medios, como muestran las botellas y las piedras acumuladas para ser lanzadas en caso de asalto del ejército. Algunas fuentes aseguran que disponen de armamento más pesado que mantienen escondido.

«Es evidente que somos menos numerosos, estamos peor armados. En el peor de los casos, prenderemos fuego a las barricadas», explica Somchai Sanwong. «Tenemos todos mucho miedo», añade.

Desconfí­an sobre todo de los francotiradores, acusados de haber herido de gravedad el jueves al general «rojo» Khattiya Sawasdipol, alias Seh Daeng, alcanzado en plena cabeza.

El brusco empeoramiento de la situación ha forzado la huida de los habitantes del barrio, privados desde el viernes de electricidad y de agua.

«Todos los residentes se han mudado temporalmente. Pero ¿cuánto tiempo puede durar esto?», se lamenta Prapa Smutkojob, gestor de dos edificios de viviendas de la «zona roja».

En una callejuela, algunos habitantes han alzado una barricada con lo que han podido para tratar de impedir que los «rojos» tomen la ví­a en caso de retirada.

«Cuando los soldados den el asalto, tratarán de refugiarse. Vendrán aquí­ con armas, equipos incendiarios y estarán perseguidos por los militares. ¿Se imagina la situación?», dice Piboon Lapchareen, un residente de 30 años.

Antes de que esto ocurra y porque «las dos últimas noches han sido peligrosas», Ladda Monokalchamvar, de 46 años, decidió huir con su hija. «Dejo mi apartamento. Han cortado la electricidad y no tenemos más comida. Me voy a casa de mis padres», explica.

Fuera de la «zona roja», reina una tranquilidad inquietante en la capital.