El presidente Otto Pérez Molina se refirió ayer a las pobres perspectivas de crecimiento económico que tiene nuestro país y dijo que al ritmo que vamos es imposible eliminar la pobreza porque nuestra economía apenas si tiene anualmente un incremento que se puede considerar marginal. Faltó decir, sin embargo, que a la ausencia de un despegue real de nuestra capacidad de producción hay que sumar el régimen de inequidad existente, lo que significa que ese raquítico crecimiento queda concentrado en unos pocos mientras que la mayoría de la población ve mermada su ya maltrecha calidad de vida.
El problema es más de fondo porque se trata de la viabilidad de Guatemala hacia el futuro. El simple síntoma que ofrecemos con la exportación de nuestro recurso humano porque aquí no hay oportunidades para asegurarse el mínimo sustento es indicador de cuán comprometida es nuestra situación sin que exista una visión estatal o del sector privado para dar un salto significativo en el desarrollo del país.
Para empezar, nos hemos vuelto una sociedad que lucra con la impunidad que se ha convertido en el instrumento idóneo para el saqueo del país y la explotación de todos sus recursos en beneficio de pocos. No hay institución pública que no esté contaminada por la corrupción que derrocha los pocos recursos existentes para pagar deudas políticas a los inversionistas o simplemente para mantener los viejos privilegios que se arropan con la mordida y el soborno. El grueso de la población se ha conformado con subsistir en medio de un preocupante clima de inseguridad y sus objetivos son de muy corto plazo porque no existe ninguna luz al final del túnel ni signos de esperanza de que aquí pueda producirse un cambio que nos ofrezca la oportunidad de un mejor desarrollo.
No es casual que nos hayamos estancado en las mediciones que anualmente se hacen del desarrollo humano, porque el mismo no forma parte de los objetivos de la sociedad. Ese desarrollo no llegará por arte de magia ni como resultado de que lo anhelemos con fervor religioso. Es indispensable que exista un plan nacional, compartido por todos los sectores de la sociedad, para romper con los moldes de un sistema perverso que fue diseñado para alentar la corrupción y preservar condiciones regresivas que se traducen en la concentración de riqueza y la masificación de la ausencia de oportunidades.
Le tomó un año al Presidente darse cuenta del drama de un país sin esperanza. Le quedan menos de tres para formular una propuesta congruente y ejercer el liderazgo para involucrar a los distintos actores sociales en el magno esfuerzo por cambiar radical, profundamente, esta situación.
Minutero:
Si al poco crecimiento
le sumamos corrupción
se verá que la Nación
no saldrá de su tormento