Hace 500 años la Ciudad de México, entonces la gran Tenochtitlán, flotaba sobre agua; hoy en algunos puntos de la megalópolis la única forma de tener acceso al vital líquido es acarreándolo en burros.
«Lo único que me preocupa es que el burro no se resbale», dice Osvaldo Pérez, de 11 años, mientras arrea un escuálido burro que carga cuatro toneles de 20litros de agua cada uno por una empinada calle de la sierra de Xochimilco, al sur de la capital.
Una escena que contrasta con las abundantes fuentes en el centro de la Ciudad, a menos de 20 minutos de la casa de Osvaldo, que son rellenadas sin medida.
En solitario, Osvaldo pierde prácticamente toda la tarde en dos viajes a la única bomba de agua de agua maloliente, que ni siquiera le servirá para beber, instalada en las faldas de la sierra y que surte a unas 330 familias de la comunidad San José Obrero.
Fundada sobre una cuenca rodeada de sierras, montañas y volcanes desde los que desciende el agua de una cuarentena de ríos, la Ciudad de México sufre por otro lado constantes inundaciones durante seis meses al año al recibir 700 milímetros de precipitación anuales.
«Siempre buscamos la forma de deshacernos del agua de lluvia y paradójicamente tenemos desabasto de agua», expuso el experto Jorge Legorreta, autor del libro «El Agua y la Ciudad de México; De Tenochtitlán a la megalópolis del siglo XXI».
La Ciudad de México recibe uno de los mayores abastecimientos de agua del mundo, con 72 mil litros por segundo, lo que representa unos 360 litros por día para cada uno de los 22 millones de habitantes.
El 30% de toda esa agua proviene de las cuencas del Lerma y Cutzamala, a unos 60 y 130 km de distancia de la Ciudad de México respectivamente, y el 70% se extrae del subsuelo, lo que ha provocado un hundimiento de 10 metros en los últimos 100 años.
«El origen de la falta de agua en ciertas partes es fundamentalmente porque tenemos muchas fugas en las tuberías que se han producido porque la ciudad se hunde», explica Legorreta.
Este año encima de todo la Ciudad de México recibirá menos agua de la Cuenca del Cutzamala porque se encuentra al 50% de su capacidad y la Comisión de Agua ha decidido cerrar esa llave tres días al mes, o tal vez a la quincena, hasta mayo para ahorrar agua en caso de que la escasez en las presas continúe.
Aunado a esa determinación, las autoridades mexicanas insisten en que se debe aumentar las tarifas del agua, que son subsidiadas y que resultan simbólicas para toda la población, sin importar el estrato social del usuario.
Las tarifas bimestrales para una casa de cinco integrantes en el centro de la Ciudad de México, por ejemplo, son de unos cinco dólares.
Cinco dólares, pero mensuales, es lo que gasta la familia de Osvaldo en la manutención del burro que les acarrea el agua, de la que además el animal se toma una gran parte.
«A veces se toma todo un bote (de 20 litros), depende del calor y de los viajes que hayamos hecho», comenta Osvaldo mientras llena con paciencia cada uno de los toneles con una pequeña manguera conectada por los lugareños al grifo de la bomba local.
«Lo peor de esta zona es que hace unos dos años comenzaron a llegar pipas de agua dos veces a la semana y la gente se confió y comenzó a vender sus burros, pero luego comenzaron a fallar las pipas y ahora se ha creado un mercado de renta de burros muy injusto», comenta Mariano Salazar, integrante de la agrupación Centro de Apoyo a la Organización Comunitaria.
El gobierno considera que la solución además del incremento en las tarifas de agua está en el ahorro individual, pero los especialistas consideran que eso sería insuficiente.
La solución, dicen Legorreta y Salazar, está en la «cosecha del agua».
«Agua tenemos, tenemos 12 ríos perennes, lo único que tenemos que hacer es construir presas en las partes altas de la capital y sistemas de almacenamiento domésticos para usar el agua de lluvia y que mandamos directo al drenaje profundo», sostiene Legorreta.
Alejado de todos esos debates, con una paciencia nata Osvaldo evita que ni una sola gota de agua se desperdicie mientras termina de llenar sus desgastados toneles.
Jorge Legorreta
Escritor
desbasto
Osvaldo Pérez
niño que acarrea agua