Escarban su destino entre insultos y violencia


Eduardo_Villatoro

Entre tantas muchas cosas de la Humanidad que suelen despertar mi curiosidad, de vez en cuando, es la resolución espontánea, voluntaria o forzada que tienen muchos adultos para olvidar aspiraciones, arrebatos, actitudes, inclinaciones y sueños de su juventud.

Eduardo Villatoro


No me refiero sólo a los adultos mayores, o de la Tercera Edad, sino que a compatriotas que apenas rebasan los 30 años cronológicos, es decir, jóvenes adultos cuya juventud está a la vuelta de la esquina, a la distancia de un beso o de un abrazo con la chica o el joven de quien estaban enamorados/as.

Ya no digamos individuos de 40 o 50 años cuyos recuerdos como que los hubiera machucado sin contemplaciones el estatus económico, académico, profesional o laboral que han alcanzado, sin hacer ningún esfuerzo para intentar asomarse al pensamiento de adolescentes y jóvenes de uno y otro sexo, para  procurar comprenderlos, aunque no se justifiquen sus conductas de rebeldía ante la férrea imposición que pretenden aplicar funcionarios a los que tampoco se les puede calificar de seniles.

Hasta cierto punto, uno puede hacerse el baboso, si hasta allí llega su indiferencia, pasividad o ingratitud con su pasado y su ausencia de compromiso con la realidad presente y con las necesidades y aspiraciones de las generaciones que están por arribar a la vida adulta, y su carencia de sentimientos solidarios con los que independientemente de que les asista o no la razón en las posiciones e ideales que sustentan y por las que luchan abiertamente.

Decía que uno se puede hacer el disimulado con funcionarios que están llamados a utilizar cualquier clase de estrategias, tácticas o líneas de acción en el  desempeño de sus cargos, porque están al frente de las fuerzas de seguridad del Estado, pero deberían hacerlo en el marco de la legalidad, legitimidad y profundo respeto a elementales derechos humanos de todos los guatemaltecos indistintamente, sobre todo adolescentes y jóvenes.

Pero cuando la intolerancia, incomprensión, inhabilidad intelectual, insensibilidad y la intemperancia emanan, crecen y se apoderan de altos ejecutivos del Estado que ejercen funciones en el ámbito de la educación y la cultura, con el agregado de que no se trata de adultos decrépitos, es cuando surge la razonable duda si son las personas más idóneas para ostentar los cargos públicos que ocupan.

   Peor aún es quien descalifica a los estudiantes es profesional o empresario que ocupa su tiempo libre para escribir artículos de opinión, porque posiblemente tenía vocación de periodista, pero fue incapaz de afrontar los desafíos de un oficio que no rinde frutos económicos para vivir entre lujos y oropeles, y durante su juventud jamás careció hasta de lo más superfluo; pero aun así despotrica contra jóvenes provenientes de familias obreras o de la clase media baja que escarban su destino entre el insulto y la violencia represiva, cual delincuentes juveniles.

   (El estudiante Romualdo Tishudo osa preguntarle a un funcionario del ramo de Educación: -¿En qué trabajaba antes? Altivo, responde: –En la campaña del Partido era Especialista en Logística de Alimentos. –¡Ah!… ¡Con que mesero!).