Está allí, en todo momento, en lugares diversos y a la vez comunes. Es algo que lastima. Es destrucción y a la vez algo tan cotidiano, tan parte de la vida de los agresores, que si lo hacen, quizá ni cuenta se dan.
Hace menos de un mes fui como voluntaria a un taller para niños y adolescentes sobre autoestima. La actividad se realizó en una escuela para niñas en Escuintla. Cuando vi a las pequeñas me emocionó su alegría, su energía y entusiasmo.
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Su maestra parecía una mujer apasionada por la educación. Al entrar al salón de clases me abrumó la cantidad de dibujos pegados en la pared. Era una escuela con techo de lámina, tan agujereada que durante los días de invierno parece un encuentro de cascadas
Entre las imágenes pegadas en la pared, sobresalían unos diseños de niñas saltando tras unas abejas. Todo un paraíso, de esos en los que todo es felicidad. Me desconcerté. Eran imágenes de pequeñas mujeres rubias, de piel blanca (o de papel construcción “color piel”). De ojos azules, de complexión delgada y con vestidos de colores. Una combinación perfecta. En casi tres horas que estuve en esa escuela, no vi a ninguna niña rubia tal como lo pintaban los dibujos de la pared o siquiera perecida. Al contrario, eran como yo, tan diferentes a esa imagen, a ese modelo de belleza occidental que desde pequeños –consciente o inconscientemente- nos van enseñando
Es doloroso saber que quizá por cosas como esas, aunadas a todo nuestro contexto social, el autoestima de muchas pequeñas se verá lesionado porque el color de su tez y su cabello no coinciden con las imágenes que una maestra –aunque apasionada por enseñar– pega en su pared.
La publicidad, las telenovelas, las películas, incluso los medios de comunicación hablan de un estándar de belleza que quizá es real en otro lugar, pero aquí no tiene nada que ver con la mitad de las mujeres; y, sin embargo, a veces tratamos de encajar aunque sea a la fuerza, y cuando no lo logramos solemos frustrarnos.
Es común escuchar a las personas decir que no quieren que sus hijos sean morenos, que no quieren estar con una mujer gorda y, es común también, notar el mejor trato que se le da a una persona de piel clara y bien vestida que a otra que de acuerdo a ese tipo de pensamiento es más sencilla.
Qué decir también de la forma en que las personas son discriminadas por ser indígenas. En la universidad donde estudio, lamentablemente no es extraño escuchar la forma peyorativa en que los compañeros tratan a los catedráticos indígenas. Claro, siempre a sus espaldas.
Conozco personas que se indignan de pensar que sus parejas o sus hijos puedan ser de piel morena, clara, media, oscura o intermedia, como dicen las etiquetas del maquillaje, pero no se dan cuenta del daño que le causan no solo a su círculo más cercano sino a la sociedad en su conjunto, porque reproducen esa forma de pensar una y otra vez, todos los días, en todo momento. Y entonces siempre está allí, en lugares diversos y a la vez comunes
Divagamos por nuestra vida, pensando que podemos alcanzar el estándar de belleza que nos enseñaron siempre, pero quizá podríamos entonces empezar a cuestionarla, porque no es así que queremos vernos ni sentirnos.
Es tiempo de cuestionar nuestros propios pensamientos, las enseñanzas y la forma en que hemos aprendido a ver y vivir. No es posible seguir reproduciendo la inseguridad, la discriminación, la falta de identidad y la exclusión. Las consecuencias están a la vista.