La crisis del Estado, en la cual la crisis en seguridad es apenas una de sus manifestaciones por mucho que pueda ser ahora la más grave e impactante, es definitivamente un tema político que tiene que ser abordado por los candidatos presidenciales. Unos lo usarán de manera demagógica para tratar de aprovechar la coyuntura y ganar (o perder) votos, mientras que la ciudadanía lo que espera es que quienes aspiran a dirigir los destinos del país se conviertan ahora en guías, en líderes con lucidez y entendimiento para enfocar con seriedad el delicado problema y ofrecer sus soluciones.
Pretender que el tema sea «despolitizado» como proponen algunos es no entender ni por la jota el sentido de la política. El tema debe ser manejado seriamente, sin demagogia ni politiquería (que es lo que abunda en nuestro medio), pero es el tema político por excelencia y despolitizarlo sería el más imbécil de los gestos que la sociedad pudiera tener. La solución a la crisis del Estado tiene que venir de consideraciones políticas pero lo que pasa es que aquí en Guatemala no tenemos verdaderos políticos entendedores de los asuntos de Estado. Por eso aquella broma que se le hacía al desaparecido presidente Ramiro de León Carpio, de quien se decía que creía ser estadista porque le gustaba ir al estadio.
Y hasta cuando un político hace demagogia con la gravedad de la crisis, se pinta de cuerpo entero para que el ciudadano, si es que quiere discernir y pensar, pueda aquilatar correctamente a quienes aspiran a dirigir los destinos del país. Cierto que éste no es un momento para disputas partidarias, entendidas tales como el ansia de conseguir votos a base de las falsas promesas de siempre, pero si existieran partidos con ideología y principios sólidos, ello les serviría para entender la realidad y marcar acciones concretas para encararla.
La desgracia del país es que los temas políticos siempre son descalificados. Que alguien diga que no es momento para politizar la crisis del Estado es el absurdo más grande porque urge politizar el tema, discutirlo a la luz de concepciones propias de estadistas. Es tal el desprestigio que tiene, merecidamente, la actividad política en el país, que pretendemos despolitizar la discusión de la crisis misma del Estado, lo cual refleja que como sociedad andamos totalmente perdidos. Lo que no conviene es instrumentalizar el tema demagógicamente porque es un momento demasiado serio para que tenga cabida alguna expresión irresponsable. No sabemos si la sociedad entiende hasta dónde hemos llegado, puesto que no estamos en la lona, sino hundidos en el tremendo agujero de la ingobernabilidad y los políticos tendrían que dar muestras de la mayor seriedad y responsabilidad hablando, proponiendo y enseñando al pueblo a exigir, para forzar a una participación de todos en la búsqueda de soluciones.