A pesar de todo, se fueron despejando los negros nubarrones que teníamos encima. Da gusto comprobar que en el ambiente guatemalteco la tónica pesimista haya ido mermando desde cuando se dieron a conocer con prontitud los resultados de las elecciones 2007 y por la madurez con que fueron recibidos por quienes salieron perdedores como que, a pesar que no todo es miel sobre hojuelas, se mantiene viva la esperanza que las cosas puedan ir cambiando «con el tiempo y un ganchito» como decían las abuelitas.
De ahí que a muchos nos haya gustado el gesto de Berger al invitar al presidente electo para que lo acompañara a Chile al cónclave de jefes de Estado, como que de la manera más amigable y cordial se pueda llevar a cabo el traspaso de mando, lo que en pasadas épocas tantos problemas ocasionara. Por otro lado, también causó estisfacción conocer la respuesta que Colom le diera a Serrano, para que este último primero resuelva su situación legal, antes de pensar en regresar adonde dejó un funesto historial.
De ahí que sigamos creyendo en la verdad que encierra aquella famosa frase que dice que «no por ver el árbol se deba dejar de ver el bosque», lo que ojalá se volviera norma en la política criolla, abandonando la pésima costumbre de sólo hacer parches, remiendos o buscar soluciones coyunturales a los problemas que requieren de estudiar sus soluciones con profundidad y planificación. Ya no es válido sólo ver lo que tenemos enfrente. Por ello es que a los chapines conscientes nos sigue dando vergí¼enza que venga de otros países a repetirnos lo que de sobra sabemos desde hace mucho tiempo, que la documentación de identidad que portamos, aparte de obsoleta, no tiene una base sólida, mucho menos confiable. ¿Qué estamos esperando entonces, que el maná nos caiga del cielo?
Llevamos muchos años hablando de su impostergable necesidad y pese a ello, por conveniencia de los politiqueros y por miopía se sigue posponiendo poner en práctica el documento único de identificación nacional, algo que no sólo es el punto más débil del proceso electoral, sino que no nos ha permitido disfrutar de la amplia gama de beneficios que brinda. ¿Qué no ha habido dinero para desarrollarlo?, ¿cómo entonces si lo hay para que el Congreso de la República se jacte de contar con «ahorros» en un banco o para que sus diputadas puedan disfrutar de las instalaciones de un lujoso hotel en la Antigua con el pretexto de estar estudiando un proyecto de ley?
Yo le pregunto estimado lector: ¿qué prefiere usted, el inoperante e ineficaz Parlacen y el sobregirado número de 158 diputados al Congreso de la República o contar un documento de identificación que evitaría la manipulación que de los ciudadanía y de sus votos se viene haciendo cada vez que se habla de elecciones? ¿No le parece que es tiempo de ver también el bosque?.