El programa de televisión de anoche en el que cinco de los candidatos presidenciales respondieron, públicamente, preguntas que parecían haber conocido de antemano, me permitió confirmar plenamente que no existen realmente diferencias que nos coloquen a los electores en la disyuntiva de meditar profundamente la decisión porque en el fondo todos están proponiendo lo mismo y lo único que cambia es el estilo personal, el estilo de hablar y en teoría el estilo para hacer las cosas si llegaran a ganar las elecciones.
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En todo caso, al final de cuentas la elección pareciera centrarse no en programas económicos, ni en ideas para mejorar al país, sino si queremos gobiernos fuertes con rasgos de autoritarismo o si queremos regímenes que plantean estilos menos contundentes. Y la verdad es que Guatemala necesitaría mucho más que eso para dilucidar su futuro, porque los problemas del país son enormes y la crisis planteada por el deterioro de las instituciones es algo que demanda verdadera capacidad de estadistas que, al menos en el foro de anoche, brillaron por su ausencia porque nadie quiere asumir posturas que generen controversia.
Creo que es un error garrafal el que estamos cometiendo al dejar que los medios de comunicación seamos los que decidimos quiénes pueden o no participar en un foro de candidatos presidenciales porque, nos guste o nos disguste el sistema, en teoría al menos todos los que cumplieron los requisitos de ley para inscribirse debieran tener idéntico acceso a las oportunidades para explicar sus puntos de vista a la población, sobre todo cuando se trata de eventos en los que los candidatos no tienen que pagar para participar. Ya la cuestión económica marca una enorme diferencia y deja fuera de la posibilidad de explicar sus planes a muchos de los aspirantes, pero si los medios de comunicación deciden no invitar a algunos, los colocan en una desventaja que se vuelve irremontable.
Pero volviendo al foro, realmente el formato no permite que se hable de debates electorales como ocurren en otros países donde se pueden contrastar puntos de vista de los diferentes aspirantes. En buena medida ello también tiene que ver con lo chato de la propuesta de nuestros candidatos que no se salen del libreto que les imponen los grupos dominantes, incluyendo no sólo al gran capital, sino también a los mismos medios de comunicación que determinan en buena medida la agenda política del país. Es un libreto absolutamente rígido que no permite, por ejemplo, que siquiera se hable con seriedad de la cuestión fiscal porque todos los candidatos fueron contestes al decir que no vale la pena pensar en una reforma tributaria. Salvo la señora Menchú, quien dio a entender que ella sí le entraría al tema, pero luego patinó cuando confundió Guatecompras con la evasión fiscal, nadie quiso abordar el tema de la falta de equidad del sistema fiscal guatemalteco. Aquella vieja discusión entre el peso del impuesto directo contra el impuesto indirecto no asomó por ningún lado, no obstante que ello dice mucho de lo que una persona piensa respecto a cómo atacar problemas estructurales relacionados como la pobreza.
En fin, se trata de elegir por simpatía y, en el mayor de los casos, dependiendo si a uno le gusta la mano dura o prefiere gobiernos de corte menos autoritario. Pero esa es, sin duda alguna, la mayor diferencia en el panorama y lo más que podemos escoger.