Es necesario detener la fábrica de pandilleros


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Hay quienes eligen el club en el que quieren jugar tenis y otros eligen el gimnasio en el que quieren ejercitarse. De la misma manera, otros, que son muchos, eligen la pandilla a la que quieren pertenecer.

Por Javier Estrada Tobar
jestrada@lahora.com.gt


Estos últimos viven en las áreas de riesgo y por eso van a los peores institutos, les niegan los empleos dignos y los discriminan en muchos lugares, incluyendo las iglesias. Y cuando todos, o casi todos les cierran las puertas, las pandillas las abren de par en par y les ofrecen nuevas oportunidades.

Esta semana publicamos en La Hora un reportaje de la periodista Mariela Castañón en el que se cuenta la historia de Ana*,  quien sueña con trabajar como sobrecargo y así poder viajar por el mundo. Sin embargo, el único mundo que le rodea ahora es el de Tierra Nueva, es decir, un contexto de violencia, pobreza, acoso sexual, drogas y discriminación. El paquete completo para que se convierta en una pandillera.

Si Ana hubiera tenido una buena educación y no viviera con el estigma de ser pobre, tal vez las cosas serían diferentes; tal vez hubiera tenido un empleo con el que costearía sus estudios para ser una profesional. Pero la realidad es otra.

Ana no es una pandillera, pero la rodean todos los factores para serlo. Y aunque al final la decisión  de ingresar a un grupo criminal será de ella, no se puede obviar que las circunstancias serán decisivas en su caso, como lo son también en los casos de muchos otros jóvenes guatemaltecos.

Creo que Ana es una pandillera en potencia, y por lo tanto, propensa a involucrarse en extorsiones, tráfico de drogas, e incluso, en el sicariato. Si las cosas siguen así, la joven no atenderá a los pasajeros de los aviones, sino que atenderá las órdenes de los que planifican los crímenes.

Tal vez, un día, se interponga una pandillera –puede ser Ana o cualquier otra en circunstancias similares– en el camino del tenista amateur o del joven que se ejercita, y el encuentro termine en un desenlace fatal.

Son solo suposiciones, pero no creo que me aleje de la realidad. Todos los días en los tribunales se observa a muchos jóvenes sindicados de asesinato, incluso en casos de alto impacto, que ofrecen sus servicios como sicarios a los autores intelectuales de los crímenes.

El problema de la marginación infantil y juvenil debe preocuparnos, no solo porque es el elemento principal para el caldo de cultivo de la violencia social, sino también porque esos menores que son propensos a integrar las pandillas también son víctimas del sistema.

No estoy justificando a los pandilleros, pero estoy tratando de entenderlos y de racionalizar el complejo tema de las pandillas, porque si nos quedamos cruzados de brazos el problema va a sobrepasar nuestra capacidad de respuesta.

Hoy podemos salvar a esos potenciales pandilleros con oportunidades, comprensión y aceptación; abramos las puertas a los jóvenes que tienen ganas de trabajar y vivir mejor, y encerremos en la cárcel a esos que se roban el dinero público y son los responsables de que haya menos posibilidades de desarrollo para la juventud, porque esos no merecen una segunda oportunidad.