Tras el mensaje presidencial de ayer, algunos colegas me comentaban que les había parecido inconsistente y que al terminar la transmisión les había quedado la sensación de que el Presidente no dijo en realidad nada nuevo y que tampoco pudo ocultar su nerviosismo al hablar de un tema tan complejo como el de la crisis económica. Honestamente hablando debo decir que no vi el mensaje del Presidente y que por lo tanto apenas me tengo que guiar por esos comentarios de gente que tiene conocimiento de comunicación social.
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Sin embargo, creo que en vez de incurrir en los errores de la semana anterior, cuando se hicieron improvisados anuncios de medidas que no estaban ni por asomo suficientemente discutidas y analizadas y que comprometieron al Presidente a dar un mensaje televisado para la población, hizo bien el gobernante en ser más prudente para no seguir creando expectativas que no se van a cumplir. Porque la verdad es que no se trata de una crisis ligera que pueda abordarse de manera superficial: los expertos consideran que esta es la peor crisis económica mundial desde la Segunda Guerra Mundial y aunque toda recesión es cíclica y en los últimos tiempos ha tenido una duración de meses, con la presente los economistas no se logran poner de acuerdo en cuanto a su dimensión ni a lo que pueda durar, porque el efecto global apenas está empezando a sentirse más allá de Estados Unidos.
Es obvio que en el equipo de gobierno no ha habido mucho empeño en abordar este tema y ello porque el mismo se integró un poco a la carrera y ya casi para tomar posesión. Durante los seis últimos meses del año pasado ya era evidente que se venía una recesión y que era importante empezar el análisis de acciones que pudieran mitigar el impacto de la misma, pero la falta de equipo hizo difícil el inicio de los estudios para entender la dimensión de la crisis y la forma en que nos haría impacto a nosotros. El gobierno anterior no hizo absolutamente nada para preparar condiciones mínimas de defensa y el actual hasta el momento todavía no ha encontrado los paliativos del caso. Aquella idea que trasladó Colom a los electores de que el alza en el precio de la gasolina era consecuencia de malas políticas de Estado, porque en sus canciones pregonaba que votar por él era asegurar «que baje la gasolina», resultó ser otra más de las mentiras a que nos hemos acostumbrado durante todas y cada una de las campañas electorales.
El caso es que no hay mucho margen de maniobra para un gobierno que se presenta como el primero de corriente socialdemócrata en el país, pero que tiene frente a sí a poderosas estructuras económicas que no aceptan que el Estado pueda o quiera tener mayor campo de acción en la economía. Si no se le acepta ni siquiera como regulador para controlar excesos y distorsiones, mucho menos como rector que dicte comportamientos y procedimientos.
Y si algo ha minado al gobierno actual es que no existe una política de información coherente, puesto que cada quien se saca de la manga su propia versión de la realidad sin mayor reflexión. Por ello, aunque el discurso de ayer del Presidente haya parecido poco profundo y sin sustancia, es mejor la nebulosa que la oferta concreta de acciones sobre las que luego tienen que dar marcha atrás para no andar tocando las partes íntimas del león.