Cuando se enteró del estudio que reporta que Guatemala es el país de Centroamérica con las medicinas más caras, el flamante Ministro de Economía se limitó a decir lacónicamente que «es lamentable que Guatemala tenga los precios más altos».
Gracias, señor ministro, por su lamento, pero no nos sirve ni para un carajo de cara a una realidad que ratifica que hablar de una economía de mercado en la que la oferta y demanda fijan los precios, es una soberana babosada en nuestro país. Y si no, que lo diga su colega de Energía y Minas, quien se confiesa incapaz para imponer racionalidad en la lógica de los precios de los combustibles.
¿Será que aquí tenemos que pagar más porque los productores e importadores de fármacos son y han sido financistas de los candidatos triunfadores en las últimas y anteriores elecciones presidenciales? Si así fuera, el titular de la cartera de Economía emitiría un sesudo comunicado de prensa lamentando que eso ocurra en Guatemala.
Siempre criticamos la tesis del mercado perfecto e inteligente capaz de realizar sus propios ajustes mediante una mano invisible que al final de cuentas producía la receta ideal del balance de precios y garantía de producción de los bienes que demanda el consumidor. Y es que en Guatemala no existe en realidad la fuerza de la demanda y de la oferta como elemento capaz de compensar excesos de uno u otro lado, puesto que vivimos en una sociedad mercantilista en donde lo que prevalece es la ley del más fuerte. Si en otros países fue el mercado financiero el que colapsó por la voracidad de quienes aprovecharon que la mano invisible era en verdad una mezcla entre mano de mono y mano «caída», en nuestro país el efecto se ve en todo porque aquí cuando no hay monopolio está el oligopolio y, en casos extremos, valores entendidos entre los productores para fijar los precios sin que el consumidor tenga ni jota que decir en el proceso.
Pero al menos ahora tenemos el consuelo de que en el Gobierno hay un flamante ministro que tiene los pantalones, el talento y la hidalguía de enfrentar el problema diciendo, al menos, que es lamentable la situación. Ya se daba por sentado que no iban a hacer nada porque no se atreven a romper las reglas impuestas por los avorazados que sabían que el mercado no funciona, pero antaño guardaban cómplice silencio mientras que ahora, por fortuna y dicha, tenemos un funcionario tan entero que es capaz de lamentar el desastre. ¡Bravo, señor ministro!