La literatura guatemalteca atraviesa por un renacimiento que puede verificarse en el numeroso grupo de jóvenes (y a veces no tan jóvenes) que tiene interés por las letras. No se trata ya de muchachos que incursionan ocasionalmente en el arte y luego se retiran a otros menesteres más provechosos económicamente, sino de personas que de manera madura queman sus barcos y deciden dedicarse a un oficio para el cual creen haber nacido.
Esta nueva época ha coincidido con las facilidades que ofrece la tecnología tanto para la escritura como para la publicación. Son tiempos hermosos en donde el problema no está tanto la posibilidad física de escribir ni en la edición de los libros sino en la calidad de lo que se escribe. Sin embargo, hay que desechar la idea de que «sólo hoy se produce «basura literaria», no es cierto, desde los días de Gutemberg hasta esta fecha hay ejemplares que contradicen cualquier pesimismo respecto a nuestros tiempos. La basura siempre ha sido una posibilidad en el arte y habrá que aceptar que los niveles en la expresión estética simplemente es una derivación de la diversidad en las personas.
Que hoy se produce más «basura» no se puede negar, pero ésta es una consecuencia de las facilidades de la época para poder expresarse. Pero no todo es negro. Hoy en día las bondades de la técnica han permitido que los que antes era sólo privilegio de algunos ahora sean alcanzables por cualquiera que desee elevar su voz y transmitir sus sentimientos.
Las cosas han confluido entonces para un gran momento en la literatura nacional. Buenos tiempos en cuanto al florecimiento de obras, editoriales y lectores que, según algunos, cada día crece más. Es cierto que Guatemala todavía está lejos de ser una sociedad de lectores empedernidos, pero las cosas evolucionan de a poco y sin grandes sobresaltos. Por fortuna los eventos culturales en los que se presenta libros, se lee poesías y se crean círculos literarios no son cosas del primer mundo ni raras, ahora son casi acontecimientos habituales.
Quizá por eso el número de jóvenes interesados en la literatura crece y es menos raro ver a muchachos publicando. Algunos incluso se plantean la posibilidad (y hay quienes así lo hacen) de vivir una vida consagrada al oficio. ¿Por qué no? Igual que muchos viven dedicados a la filosofía, a la economía o a la pintura, algunos quieren vivir para escribir. El arte por el arte. El arte no como diversión ni pasatiempo, sino como programa de vida.
En la línea de esos noveles escritores, pero sin serle totalmente desconocido el oficio, se encuentra Erwin Peláez. El libro que ahora presento, Entre rendijas, es una expresión más de ese entusiasmo del autor por explorar su experiencia íntima y compartirla con los lectores. Peláez Castellanos nació en Guatemala, estudió letras en la Universidad de San Carlos y tiene experiencia en periodismo de opinión en diferentes medios escritos. Tiene también otras publicaciones: Centellas, Trazos al vacío, Al filón del milenio (poesías); Facetas, ¿Y quién dirá algo? y El antipático y otros cuentos (narrativa). Ha incursionado también en el ensayo con una obra titulada Pensamiento tercermundista bajo los pies.
Entre rendijas es una colección de cuentos en donde hay temas recurrentes como la guerra, los delirios de persecución, la fantasía y las relaciones de pareja. Peláez Castellanos dibuja en algunos de sus cuentos la vida nacional en los tiempos del enfrentamiento armado interno, desde la visión del perseguido, de aquel que vive a merced de «los guaruras» y huye desesperado con la esperanza de simplemente sobrevivir. Por eso algunos de sus personajes son seres que viven en la incertidumbre y tratan de comprender una vida que súbitamente se vuelve inexplicable y oscura.
El autor parece transmitir su propia visión sobre esos años miserables de la guerra. Evidencia el poco valor de la vida, el autoritarismo de quienes tienen el poder y una vivencia poco normal del desarrollo de los propios personajes. Son jóvenes a quienes no se les permite una vida «corriente», viven escondidos, no pueden hablar y llevar una vida sentimental a veces es una verdadera odisea. Hasta hacer el amor es una actividad que se realiza con miedo y angustia.
Algunos cuentos parecen ser también una especie de denuncia a las formas inauténticas de vida. En lo relativo a la sexualidad, Peláez por ejemplo, pone en evidencia lo complicado que puede significar en algunas familias una vivencia sana del noviazgo entre los jóvenes y aun entre los adultos. Los protagonistas son obligados a vivir sus experiencias en silencio, a escondidas y reprimiendo toda manifestación que haga alusión a lo sexual. Sus protagonistas por esta razón mienten para ocultar lo que los avergí¼enza, como en el caso de Beto, el hijo de doña Chigua que oculta la reciente relación sexual con su novia en el cuento Un cuarto atrás.
«Sin darse cuenta al día siguiente en la hora del almuerzo, Doña Chigua con los platos en la mano casi grita, al ver sobre su mesa un calzón diminuto, frente al mismo le gritó a su hijo: -Beto, explícame esto inmediatamente. ¿A caso esto es de la Tish? Danto un salto casi mortal se levantó de la ama, y apaciguando las cosas dijo: -¡Mamá, no lo toque!, esto es algo malo? alguien nos está haciendo brujerías, ¿a saber cómo hicieron pa’ ponerlo ahí??»
Otro de los temas abordados por el autor tiene que ver con las penurias de sus protagonistas. Los personajes suelen ser gente sencilla, trabajadora y responsable: maestros, mecánicos y periodistas. Ellos viven la vida sin la pretensión de quien desea tener a cualquier precio o con sueños que parezcan irrealizables. Son gentes modestas con una cotidianeidad simple, les interesa vivir bien, pero buscando lo valioso de la vida. Así, trabajan, aman, educan a sus hijos y soportan el dolor de manera estoica y religiosa.
En el cuento Por la vía de, por ejemplo se dice así del protagonista que es un mensajero: «arrancó su moto y prosiguió su camino visitó algunas oficinas de alto nivel desde donde se podía ver toda la ciudad ahumada. Bajó a toda prisa el ascensor, iba a toda velocidad sin haberse puesto el casco. Un par de panes con salsa de tomate y un agua gaseosa deglutió al final, pero no se pudo sentar porque las bancas estaban ocupadas (?)».
La obra de Peláez tiene valor porque constituye un esfuerzo sincero por compartir su propia visión de mundo y proponerla a la consideración de los lectores. Los textos pueden ayudar a entender no sólo una época determinada sino también cierta valoración de la vida (el elemento axiológico) que suele ser importante para penetrar en el interior de la existencia de un pueblo. Por otro lado, parece cierto que algunos de los textos deben trabajarse más para que los elementos creativos de la historia no queden opacados por la prisa y el descuido de una labor de refinamiento.