Las personas que han llegado a hacer gobierno, en la actual “era democrática”, han tenido más de un factor en común, hoy me referiré al erróneo manejo de crisis. Manejo erróneo de sus propias crisis. En adición, también se ha producido una dura y casi absurda forma de aprendizaje, han tenido que optar por no entender razones e imponerse a la fuerza, a capricho.
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A los gobernantes de turno les ha costado entender que al estar frente a un público y con micrófono en mano, tal práctica ya no es igual al discurso de campaña, al discurso en una tribuna electoral. Y de pronto muchas de sus apariciones en escenarios nunca dejan de parecer actos de proselitismo, mediante alocuciones que no necesariamente persuaden con argumentos contundentes, sino mediante la tendencia a la emotividad, a la ironía o al sarcasmo, para “fundamentar” su planteamiento ante una situación determinada.
Estar a cargo de la cosa pública es en esencia tres grandes tareas: administrar, comunicar y gobernar. Si al momento de administrar el bien público no se hace con la convicción de hacerlo de manera clara, honesta, precisa y pública, empieza una dicotomía entre el “decir” y el “hacer” que hará más compleja la relación de gobernantes-gobernados. Entonces los esfuerzos comunicacionales se van al bote de la basura. La tonada puede ser “agradable, contagiosa”, pero será insuficiente para mantener los índices de credibilidad y confianza que todo gobernante necesita para propiciar estabilidad dentro de su gestión. Es decir las tres tareas van estrechamente unidas.
En el actual gobierno se han dejado de lado los aspectos que el estratega en comunicación colombiano, Mauricio De Vengoechea ha descrito en su libro: “7 herramientas para apagar una crisis de gobierno”. Cada uno de los aspectos por él señalados, si bien están separados lo están para efectos de la descripción narrativa de su trabajo, pero en la práctica estas herramientas se han de operar de manera simultánea. Así no me explico por qué al haber dejado de lado un tema que al principio se manejó como temática continental, hoy, en el relativamente poco tiempo que lleva la administración, tan capital e importante tema ha quedado relegado, ¿quién recuerda la despenalización? Entonces, la evidencia apunta a que no hay un objetivo claro (desde la perspectiva de los gobernados) del rumbo de los gobernantes. Dicho de otra manera no hay objetivos claros y precisos (1). Por aparte, pareciera, tal la manera de haber expuesto el tema de la portuaria Quetzal, que se ha dejado de lado la segunda herramienta (2) “Conocer el entorno”. Y esto a su vez nos lleva a la tercera (3) “Conocer el origen y el impacto de cada crisis”.
A la población no le ha quedado claro cuán involucradas están las personas que hacen “equipo” de gobierno, con uno de los principales ofrecimientos de la campaña: la transparencia. Los avances que se alcanzan en unas áreas no logran “brillar” lo suficiente como para deslumbrar con las “sombras” de otras. Lo cual indica que la estrategia grande, la de nación, aún está pendiente de ser trasladada a los más próximos colaboradores. Con estos últimos tres vacíos, se puede colegir que el control que se espera sea como el “acto supremo de gobernar”, no se alcanza. Las crisis entonces adquieren una dimensión aún más compleja que acentúa desencantos y generalizará tal vez, un rechazo y frustración con apenas 230 días de gestión que se cumplen hoy. La cuenta va por el 15.74 % del período de gobierno. Las apariciones presidenciales, las intervenciones ante los interrogatorios de los reporteros, la actitud ante algunos señalamientos, evidencian un agotamiento a tal punto que pareciera que el tiempo transcurrido fuera mayor. En conclusión, no se está ejerciendo adecuadamente la administración y la comunicación en el ejercicio de gobernar. ¿Terrible y lamentable, no?