Ernesto Capuano cumplió 92 años


El domingo 19 de noviembre de 2006 un pequeño grupo de amigos de Ernesto Capuano del Vechio nos reunimos con él, en su vetusto y hermoso departamento de las calles de Bucarelli en la ciudad de México. La ocasión no era para menos. Neto Capuano cumplirí­a 92 años al dí­a siguiente. Así­ pues, Raúl Dí­az, su compañera Rosa Nieves Nogueda, Gilberto Castañeda, el editor Carlos López Barrios, Ottoniel Garcí­a, Carlos Cáceres Ruiz, Mario René Matute y Carlos Figueroa Ibarra nos dimos cita en aquel lugar y después de tomar un tequila, nos fuimos al restaurante chino que queda enfrente del edificio en donde Neto ha vivido al menos durante más de medio siglo. Ernesto Capuano del Vechio nos contó que goza de buena salud, a excepción de su vista que nunca ha sido buena, pese a lo cual estudió aeronáutica y fue aviador. Ahora sufre las consecuencias de una caí­da que le ha restado movilidad. Pero anda con sus propios pasos, y sobre todo sigue pensando en una Guatemala mejor y persiste en la convicción de que otro mundo es posible.

Carlos Figueroa Ibarra

Contra la dictadura de Ubico

Ernesto Capuano del Vechio nació el 20 de noviembre de 1914 en la ciudad de Quetzaltenango, en el seno de una familia acomodada dedicada a la industria textil. Cursó sus estudios primarios en aquella ciudad, en donde fue compañero de escuela del después coronel Jacobo Arbenz Guzmán, aun cuando este último tení­a dos años más que él. Siendo apenas un adolescente, a pesar de venir de una familia pudiente, empezó a vincularse con las ideas socialistas y tuvo relación con Jacobo Sánchez y Humberto Molina, intelectuales de ideas marxistas. También se relacionó con los organizadores del primer partido comunista que funcionó en el paí­s, el Partido Comunista de Centroamérica, sección Guatemala, después Partido Comunista de Guatemala. En el seno de aquella organización, Neto fue cercano a las filas de una incipiente juventud comunista. Como es sabido, aquella organización tuvo una vida de aproximadamente 10 años, los cuales concluyeron cuando el dictador Jorge Ubico organizó las redadas y fusilamientos de 1932. Producto de estos hechos, fueron fusilados Juan Pablo Wainright y posteriormente Bernardo Gaytán, así­ como encarcelados durante más de 12 años Antonio Obando Sánchez, Juan Luis Chihuichón, Luis Villagrán, Antonio Cumes y otros más. Para aquel entonces Ernesto Capuano se encontraba terminando su educación secundaria y de bachillerato y poco tiempo después ingresarí­a a la Facultad de Derecho de la Universidad de San Carlos.

En 1938, Ernesto Capuano viajó a México para participar en el Congreso Mundial Antifascista que se celebrarí­a en dicho paí­s. Ya no pudo regresar a Guatemala, pues el presidente Ubico aprovechó la oportunidad para negarle el permiso de regreso a la patria. Desde aquel momento, Neto estableció una relación amistosa que durarí­a toda la vida con el dirigente sindical y socialista, Vicente Lombardo Toledano. También desde entonces Neto fue simpatizante del partido fundado por Lombardo, el Partido Popular, después llamado Partido Popular Socialista. La dirección del ahora extinto PPS, empezando por Jorge Cruikshank, siempre le tuvo gran estimación y respeto a su valí­a intelectual y moral. Le tocó vivir la expropiación petrolera decretada por el presidente Lázaro Cárdenas del Rí­o y luego vivió la reforma agraria, uno de los pilares de la revolución mexicana. Reinició sus estudios de derecho en la UNAM y se ganó la vida con el litigio, desempeñando varios trabajos, entre ellos, el de ser abogado de las cabareteras de la ciudad de México.

En la patria nuevamente

Cuando el dictador Ubico fue derrocado en 1944, al igual que otros exiliados como Luis Cardoza y Aragón, Alfonso Solórzano, Miguel Garcí­a Granados y Clemente Marroquí­n Rojas, Ernesto Capuano regresó a Guatemala y se integró en una efí­mera organización socialista, Vanguardia Nacional. A fines de los años cuarenta, regresó a México para poder obtener en la UNAM su tí­tulo de abogado. En esa oportunidad conoció a la que después serí­a su esposa, Carmen Garcí­a Zepeda, conocida por todos los amigos de la pareja como Carmelita. Esto sucedió en la casa de quien habí­a sido gobernador de Coahuila, uno de los fundadores del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y también uno de sus más conspicuos dirigentes, Manuel Pérez Treviño. No era afecto Ernesto Capuano a este personaje de la vida polí­tica mexicana, pues Pérez Treviño habí­a sido seguidor de Plutarco Elí­as Calles, el gran rival del presidente Cárdenas. Como millones de mexicanos, Neto siempre ha sido entusiasta adherente de ese gran presidente. Carmelita, aficionada a los toros, a la ópera y al teatro, habí­a sido reina de belleza de su natal estado de Coahuila y procedí­a también de una acomodada familia de transportistas. La pareja se casó en 1951 y se fue a vivir a Guatemala. De regreso en la patria, Ernesto Capuano fue militante del Partido de Acción Revolucionaria (PAR) y después del Partido de la Revolución Guatemalteca (PRG); trabajó en el Departamento Agrario Nacional y colaboró en las ideas que después se plasmaron en el decreto 900 de la reforma agraria. Al momento de ser derrocado Arbenz, trabajaba en el Banco Agrario.

Exiliado defensor de exiliados

En 1954, Ernesto Capuano del Vechio y su esposa regresaron a México. Comenzarí­a otra etapa en la vida del abogado y revolucionario. Se convirtió en gestor solidario ante la Secretarí­a de Gobernación, de los asuntos de todos los exiliados guatemaltecos, y posteriormente de todos los asilados o emigrados de toda Latinoamérica. Se calculan en varios miles, los casos que Neto resolvió ante dicha Secretarí­a y por los cuales nunca cobró un solo centavo. Carmelita también fue solidaria en gestiones hechas a favor de los asilados y sobre todo, porque su solvencia económica empezando por su lugar de residencia, le sirvió a Neto para desarrollar su inmensamente meritoria labor altruista. Desde muy pronto, la alta polí­tica mexicana ubicada en la Secretarí­a de Gobernación, aquilató la generosidad de Ernesto Capuano. El presidente Ruiz Cortines ordenó a la Secretarí­a de Gobernación que se le diera toda la ayuda posible en sus gestiones a favor de los desterrados. Y de igual manera actuarí­an los sucesivos secretarios de Gobernación, entre ellos Fernando Gutiérrez Barrios, el mí­tico polí­tico y policí­a mexicano. El mismo que encarcelarí­a a Fidel Castro y a Ernesto Che Guevara y demás integrantes del Movimiento 26 de Julio. El mismo que después les crearí­a un corredor que les sirvió para embarcarse en Tuxpan en el Granma e iniciar la lucha guerrillera contra Batista. El mismo fascinante personaje que se movió en los bajos fondos de la polí­tica mexicana y que mantuvo hasta el dí­a de su muerte, amistad con Fidel y la revolución cubana.

Para aquel momento, el segundo lustro de los años cincuenta, Ernesto Capuano del Vechio habí­a finalmente ingresado al Partido Guatemalteco del Trabajo, siendo su tarea principal en dicha organización polí­tica, la ayuda solidaria realizada a favor de los exiliados guatemaltecos y de cualquier exiliado de cualquier otro paí­s. Su convicción ideológica se integró con su enorme condición humana.

En 2001, el gobierno de Alfonso Portillo, a través de su embajada en México le consultó sobre la posibilidad de aceptar la Orden del Quetzal. Ernesto Capuano agradeciendo el gesto, lo rechazó por cuestión de principios. Como también habí­a rechazado la posibilidad de que como un pago a su enorme labor gratuita, se gestionara que el Gobierno de Guatemala le concediera una pensión. En ambos casos expresó que pensando como pensaba, mal podrí­a aceptar la ayuda de un gobierno neoliberal. Así­ las cosas, Ernesto Capuano del Vechio vive con una gran modestia y una gran dignidad.

La serenidad del crepúsculo

Ese lluvioso y frí­o domingo 19 de noviembre, después de la comida en el restaurante chino, hemos regresado al departamento vetusto y hermoso de Ernesto Capuano del Vechio. En ese lugar pareciera que el tiempo se hubiera detenido. Fotos, muebles, adornos, todo evoca varias décadas atrás. Nos sentamos en la sala en donde una fotografí­a de Carmelita captada en el esplendor de la belleza y la juventud, nos mira a todos. Carmen Garcí­a Zepeda murió en 1996 y ahora Neto es cuidado por la señora Irma, la misma persona que atendió a Carmelita en sus últimos tiempos. Un piano que hace mucho tiempo ha dejado de usarse, forma parte del mobiliario de la sala. Encima del mismo hay dos fotos de Neto y Carmelita en la medianí­a de sus vidas. Cada uno de nosotros hace uso de la palabra y le expresa a Neto su cariño, admiración y reconocimiento por su bondad, por su generosidad sin lí­mite. Sentado en un sillón, en medio de una tenue luz, Neto acepta con humildad y gratitud nuestras palabras. No puedo dejar de observar un atisbo de sorpresa en su mirada. Ernesto Capuano del Vechio es lo más cercano a un santo que yo he conocido en mi vida.

Neto caminó en su vida haciendo todo lo que pudo por los demás, sin esperar nunca nada. Acaso por ello no hay amargura alguna en su corazón. A iniciativa del economista Eduardo Velásquez, en el Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociologí­a, celebrado en la Antigua en noviembre de 2001, se le rindió un homenaje. Pensamos que acaso la Universidad de San Carlos de Guatemala podrí­a darle alguna ayuda, lo cual no fue posible. Según nos informaron, la USAC no encontró ningún fundamento legal para ayudarlo, porque Neto nunca fue empleado de dicha casa de estudios.

En el crepúsculo de sus dí­as, a los 92 años de edad, Neto escucha en la radio las noticias. Sigue atento a lo que pasa en el mundo y sigue soñando con la unidad de los sectores progresistas de Guatemala, en torno a un programa que defienda la soberaní­a nacional y el bienestar de las mayorí­as. Las decenas de personas que antes lo buscaban ya no existen o ya se regresaron a sus paí­ses. En todo caso son menos los que lo frecuentan, porque los años le impiden ya ejercer el apostolado que durante medio siglo ejerció.

Pero la bondad y las convicciones de Ernesto Capuano del Vechio estarán con él hasta el último de sus dí­as. Y la gratitud de miles de personas prevalecerá mientras desde los más diversos lugares del continente haya alguien que lo recuerde.

Puebla, 24 de noviembre de 2006.